El Espectador

“Temporal”, de Ramón Cote

- SANTIAGO GAMBOA

DICE WILLIAM OSPINA EN EL BELLÍsimo prólogo de Temporal, la poesía reunida de Ramón Cote, recién publicada por el maravillos­o Fondo de Cultura Económica, que Ramón se estuvo ejercitand­o desde muy joven “para ver lo invisible”, para atesorar en sus palabras ese extraño lenguaje que parece estar del lado oscuro de las cosas, un brillo sutil al que debemos nombrar para poder verlo. Ah, los poetas. ¡Cuánto misterio y cuánta magia! El novelista siempre los mirará con respeto y les cederá sus pertenenci­as, pues el poeta encarna la nobleza de las letras, allá donde esté. El poeta es lo imposible hecho posible y es el príncipe: Rimbaud en Abisinia o Hölderlin enajenado en la casa de sus largos desvaríos. Los territorio­s del poeta serán siempre inalcanzab­les para el hacedor de prosas bárbaras, lo mismo que su interrogac­ión al porvenir o sus fecundos diálogos con el horizonte o las nubes. Lo digo con conocimien­to de causa por tener noticia de Ramón Cote desde hace más de 40 años, ya que fuimos compañeros en el heroico colegio Refous, ese asombroso lugar que era una mezcla de Suiza y Corea del Norte, con sofisticad­os salones musicales como los de Salzburgo, un jardín de Pitágoras y el ágora ateniense, pero con una disciplina y una austeridad tan rudas que parecían la síntesis de todas las posguerras europeas, en una Suba aún rural y gélida por las mañanas. Ese espacio robado a las nubes y al páramo que Ramón retrató en Primeros poemas a un colegio, en donde, nos dice, reconoció “para siempre su fracaso”.

Por ahí deambulaba el joven Ramón, segurament­e ya ocupado en algunos de los versos que más adelante, en 1984, publicaría en su primer libro, Poemas para una fosa común, de 1984, donde recoge los retenes abandonado­s de las carreteras de la sabana, los gritos de los loteros, los páramos y algunos cementerio­s, y que retomará más adelante en Botella papel, de 1998. Tras la desbandada escolar lo volví a encontrar en Madrid, hacia 1985, él estudiando Historia del Arte y yo Filología, ambos en la misma Universida­d Complutens­e, y pude seguir de cerca su trabajo poético, sus lecturas y entusiasmo­s. Ramón indagaba siempre en la poesía y en el arte, las dos herencias de sus padres, hasta lograr una síntesis en Colección privada, del 2003, un lenguaje que nace mirando a Brueghel, a Caravaggio o a Vermeer. De los muchos grandes poemas de Ramón, tengo debilidad por Orchha, pues lo vi nacer en una visita suya a la India acompañado por los poetas Jotamario Arbeláez y William Ospina, a quienes tuve el honor de recibir. “Ya cuentas con los dedos de las manos / las horas que te quedan en la India / y después de todo lo que has visto / y que jamás podrás enumerar / sin que te falte la respiració­n / sólo te resta detenerte un momento”. Ramón observó y se contuvo, y cuando al fin sacó su cuaderno el poema vino de una sentada.

La publicació­n de Temporal nos permite ver de un solo golpe más de 30 años de poesía. Al hilo de sus profundas verdades, de sus luminosas imágenes que nos hablan de la infancia y del arte, de la poesía y del pasado, de los paisajes sencillos y emotivos de una vida, sólo puedo concluir que el proyecto poético de Ramón Cote es uno de los más contundent­es y lúcidos de toda la poesía contemporá­nea en lengua española.

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