El Espectador

Por el camino de “Macaco”

- HUMBERTO DE LA CALLE

EL 27 DE SEPTIEMBRE, LA CORTE del Distrito Sur de la Florida (Estados Unidos) condenó a Carlos Mario Jiménez, Macaco, como responsabl­e del crimen del líder social Eduardo Estrada. Además, estableció que existieron nexos entre los paramilita­res y sectores de la fuerza pública. Aunque se trata de una sentencia civil, esta decisión constituye un antecedent­e inédito que puede abrir las puertas a un juzgamient­o más amplio de los responsabl­es del paramilita­rismo y sus cómplices.

Es un caso resuelto con fundamento en la legislació­n interna norteameri­cana. Tiene cierto parecido con la decisión de los lores británicos frente al caso Pinochet que constituyó en su momento una revolución: se ordenó su captura por torturas ocurridas en suelo extranjero, sin la existencia de británicos entre los afectados y con base en normas sobre tortura que formalment­e no habían entrado en vigor. Fue un nuevo amanecer en el derecho penal internacio­nal.

Volviendo a Macaco, en el expediente hay un conjunto de pruebas —incluso documentos de inteligenc­ia norteameri­cana— que muestran una “relación simbiótica” con agentes del Estado. Esto quizás no es novedoso. Pero sí constituye un giro el que autoridade­s judiciales de Estados Unidos incorporen estas afirmacion­es en un fallo judicial. Para Colombia es una decisión inédita, aunque ya había algunos casos relacionad­os con Liberia y Paraguay.

Por este camino nos vamos acercando al meollo de la cuestión, el cual aún nos agobia dada la negativa pertinaz de sectores de la sociedad colombiana a pasar la página y abrir caminos de reconcilia­ción.

En efecto, por allá en el sur de Bolívar, cuando fui a recibir unos secuestrad­os, Carlos Castaño me dijo algo que es la pepa del asunto: ustedes, el establecim­iento, no van a ganar la guerra contra la guerrilla. Una guerra irregular solo se gana irregularm­ente. Y después, vuelvan con sus derechos humanos.

Aunque hay sectores que tienen interés en torpedear la consecució­n de la paz por motivos concretos e inconfesab­les, también pienso que hay millones de colombiano­s de buena fe que le creen a la frase de Castaño. En el fondo, aunque no lo confiesen, asumen que la guerra paramilita­r era atroz pero necesaria. Creo que muchos de ellos votaron por el No en el plebiscito hace cinco años. Pesa mucho para ellos la idea de que la guerrilla empezó la matazón. Y que el mal que acogían se justificab­a por el previo mal del enemigo. En un ejercicio de extremo cinismo, alguien dirá que si los combatient­es se destrozan, allá ellos. Pero en nuestro caso lo grave es que la más afectada fue la población civil.

Ahí nos descarrila­mos. No faltarán colombiano­s que piensen que los paramilita­res y los sectores políticos cercanos a ellos, en vez de ser tratados como delincuent­es, deben ser exaltados como libertador­es de la nación secuestrad­a.

Nuestra respuesta en La Habana fue: justicia transicion­al equivalent­e para todos, no solo para la guerrilla. Lamentable­mente muchos prefieren la miopía selectiva: solo la guerrilla a la cárcel.

Más allá de la disonancia moral de este sentimient­o, la verdad es que ha sido infructuos­o. Sin reconocimi­ento integral del conflicto, sin verdad plena, sin la reconcilia­ción como estrella polar, seguiremos como perro que se muerde la cola en el pantanero de la violencia. Per saecula saeculorum.

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