El Espectador

Ya se les fue la mano

- FEDERICO GÓMEZ LARA

DENTRO DEL RESQUEBRAJ­ADO DIseño institucio­nal colombiano existen tres figuras que, por el desbordado poder que se les ha entregado, operan más como reyes que como funcionari­os públicos: el fiscal, el procurador y el contralor. Los titulares de esos tres cargos, tal vez lo más codiciados del Estado, acaban casi siempre convertido­s en una suerte de intocables que no responden ante nadie, pero ante los cuales debe responder todo el mundo.

Uno pensaría que cuando una persona llega a ocupar cualquiera de esas tres dignidades, honor que debería ser reservado para las mentes más brillantes del país, va a dedicar esos cuatro años de su vida a fortalecer el funcionami­ento de la rama judicial. Sin embargo, muy a pesar de todos, lo que hemos visto es exactament­e lo contrario. Desde hace ya un buen tiempo, y con pocas excepcione­s, quienes llegan a presidir los entes de control se olvidan de los problemas reales de nuestro sistema de justicia y se ocupan, más bien, de hacer hasta lo imposible para acumular más poder y más presupuest­o para sus entidades.

Los vemos entonces actuando como operadores políticos, haciéndole­s mandados a quienes los sentaron en sus flamantes sillas, empapeland­o a sus contradict­ores y chantajean­do a quien toque para hacerse a más puestos, más burocracia, más Toyotas, más escoltas y mejores jets privados para transporta­rse. Las cabezas de las llamadas “ías” saben muy bien que pueden hacer lo que se les venga en gana: no solo carecen de controles efectivos que les endilguen responsabi­lidades políticas, penales o disciplina­rias, sino que tienen la capacidad de persuadir, a veces con seducción y otras con extorsión, a quienes toman las decisiones que los afectan.

Ya perdí la cuenta de cuántas “reformas a la justicia” se han caído en los últimos diez años. Las pocas que pretendier­on ocuparse de los problemas de fondo acabaron enterradas en un cajón porque no se alineaban con los intereses de los reyes de turno. Así las cosas, en el Congreso acaban tramitándo­se unos remedos, que de reforma no tienen un pelo, y se enfocan únicamente en los mecanismos de repartija de los puestos. Ejemplos de estos descaros hay muchos.

Pero ninguna de las vergüenzas del pasado, que de poca monta no fueron, se compara con el golazo en el ángulo que quiere meternos el hoy contralor Felipe Córdoba. Por supuesto, el bien llamado rey Pipe no está solo en su cruzada.

Esto no hay manera de maquillarl­o: en Colombia se está tramitando una reforma para que el fiscal general de la Nación no tenga que tener experienci­a en derecho. Naturalmen­te, Córdoba ha negado que esto obedezca a una estrategia para que él termine elegido fiscal. Pero no nos puede creer tan bobos. No le bastó con haber creado mil cargos nuevos para su entidad ni con haber restableci­do el control previo para volverse el amo y señor de la contrataci­ón. El rey Pipe va por más, es un visionario.

Ahora, gracias a él y a los parlamenta­rios sin escrúpulos que lo respaldan, cualquier vecino podrá llegar a lo más alto de la justicia. Pero no solo podrá llegar. De aprobarse el orangután de Pipe, los tres funcionari­os todopodero­sos quedarían con la Comisión de Acusacione­s como juez natural, es decir, sin juez. ¡Qué vergüenza!

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