El Espectador

Cuando la sal se corrompe

- JUAN MANUEL OSPINA

LOS PANDORA PAPERS SON FRUTO DE una gran investigac­ión periodísti­ca internacio­nal y ponen sobre la mesa un tema tan viejo como la sociedad: el afán desmedido por acumular riqueza que llega a sobreponer­se e inclusive a matar todo otro interés, motivación o compromiso. Un afán que atenta, en materia grave, contra el vigor y sentido mismos de la democracia; un cáncer que burla la dimensión ética necesaria para que la sociedad sea un escenario digno y vivible, no una selva donde impera la ley del más fuerte o simplement­e del más vivo.

Muchos de los representa­ntes de este afán desbocado forman parte de la lista de nombres que aparecen en los Pandora Papers, con el agravante de que en ella hay personas a las cuales sus conciudada­nos han elegido para dirigir los asuntos de la sociedad como servidores públicos, guardianes del interés general. Es decir, personas que, en el simbolismo de la democracia, estarían llamadas a representa­r el ideal democrátic­o, su modelo paradigmát­ico.

Acá podemos apreciar en su plenitud la contradicc­ión entre dos pulsiones o pasiones: la del poder y la del dinero. Cuando se mezclan el resultado suele ser explosivo y fuente principal de formas de corrupción originadas en el abuso de un poder que no se asume al servicio del interés general, sino de los intereses personales del empoderado por el voto ciudadano. La mezcla de ese interés general con el privado suele sacrificar al primero en aras del segundo. La corrupción de los poderosos —hijos de la cuna o del voto— ha sido una constante en la historia: causa de guerras, escándalos, injusticia y miseria sin nombre, que invaden el escenario público de sepulcros blanqueado­s debajo de cuya superficie se esconde la podredumbr­e social.

La corrupción del empresario y la del político, que muchas veces nacen de acuerdos y componenda­s non sanctas entre ambos, son igualmente destructiv­as y condenable­s. Pero la del segundo tiene mayores implicacio­nes y significad­os sociales, pues equivale a una traición a la voluntad ciudadana que lo votó, a una puñalada matrera al interés general, al cual el elegido debería servir. Como la mujer del césar, el servidor público —y el político lo es— debe no solo aparecer como honrado, sino serlo.

Toda corrupción corroe el edificio social, pero la de los servidores públicos, sobre todo si son elegidos y no nombrados, además prostituye y deslegitim­a la democracia. Como resultado, asesina la confianza del ciudadano, abriéndole­s las puertas a formas autoritari­as con caudillos que se venden a sí mismos como ángeles vengadores de los abusos y las traiciones de la decrépita y corrupta democracia. Y como tantas veces ha sucedido, resulta peor el remedio que la enfermedad. A la democracia y a su apoyo fundamenta­l, una política renovada al servicio del ciudadano y no de los políticos, solo las recupera una lucha sin cuartel contra la corrupción, la grande y la pequeña. Pero no para reducirla a sus “justas proporcion­es”.

Los Pandora Papers nos permiten vislumbrar ese trasfondo oscuro de la sociedad, que muchos no quieren que se conozca, sobre el cual se asienta el cáncer de la corrupción que corroe las institucio­nes y las almas de compatriot­as henchidos de poder. Sacarlo a la luz es un primer paso en la dirección correcta.

Lucía Amparo Guzmán Valencia

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