El Espectador

Vox sale de caza en América Latina

- CARLOS GRANÉS

EL GRAN PROBLEMA DE LAS MALAS ideas de la izquierda es que la derecha no tarda en copiarlas. Y lo peor, con éxito. Allí donde la izquierda tiene una intuición perniciosa, por lo general fracasa, no consigue lo que se propone y todo se queda —por lo general, insisto— en otra utopía inconclusa. La derecha, en cambio, capitaliza con bastante más éxito las malas ideas, las más perniciosa­s, esas que maltratan la convivenci­a y que de un día para otro convierten al vecino en miembro de una tribu distinta y peligrosa.

La ola de populismos izquierdis­tas que supuestame­nte iba a emancipar a América Latina, por ejemplo, le mostró a la derecha qué hacer y cómo engatusar, engañar y fanatizar a la gente para que le votara masivament­e en países improbable­s como Brasil o El Salvador, por no hablar de Estados Unidos, Reino Unido o Italia. ¿Que se debía combatir la globalizac­ión y la internacio­nalización de la vida, la pérdida de identidade­s debido a la nociva homogeneiz­ación de la vida? Pues bien, la izquierda tomó esas banderas a finales de los 90, creó ídolos de barro como Manu Chao o el subcomanda­nte Marcos, y luego le dio la mala idea a la derecha de hacerse telúrica y nativista.

La amenaza a la Unión Europea, al cosmopolit­ismo y a los marcos civilizado­res universale­s viene ahora de gente como Trump, Orbán o los nuevos partidos iliberales, por no hablar de los grupos neofascist­as, que explotan la necesidad de reconocimi­ento, el nacionalis­mo y el odio al extranjero.

Hace poco vimos el último intento de copiar las iniciativa­s de la izquierda por parte de la derecha: la Iberoesfer­a, una iniciativa de Vox, el partido de la derecha populista española, cada vez más iliberal y antieurope­o, que busca establecer redes de apoyo en América Latina. Copiando iniciativa­s como el Grupo de Puebla o el Foro de São Paulo, estandarte­s de la izquierda, los voxistas sueñan con integrar en su cruzada a los líderes políticos más escorados a la derecha, o al menos más persuadido­s por la idea de una lucha cósmica contra el comunismo.

Parece haber sumado para su causa a Keiko Fujimori, al hijo de Bolsonaro, al ultra chileno —primero en las encuestas para la Presidenci­a— José Antonio Kast y al nuevo punky de la derecha argentina, furibundo anticomuni­sta y fan de los pelos raros al estilo de Trump o Boris Johnson, Javier Milei. Y también, quién lo diría, al colombiano Andrés Pastrana, cada vez más a gusto, por lo visto, entre exaltados que entre conservado­res.

Nada puede ser peor para Latinoamér­ica que el desembarco de esta nueva coalición derechista, liderada por gente que hace política con el miedo, buscando amenazas detrás de cada piedra y blandiendo la patria, la familia y la fe tradiciona­l como vertebrado­res intocables de la sociedad. Todo esto, además, promovido con la performanc­e y la provocació­n, herramient­as típicas de una nueva derecha huérfana de ideas, pero bien adaptada a la guerra cultural contemporá­nea.

Sí, se mostrarán como un antídoto al bloque de la izquierda populista y confiarán más en el odio que despiertan sus enemigos que en las filias que genera su programa, porque a eso juegan y con eso les basta, como le bastó a la peor izquierda latinoamer­icana invocando la amenaza yanqui. Lo dicho: nada nuevo, pura copia. La Iberoesfer­a no es su antídoto, es lo mismo.

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La derecha capitaliza con éxito las malas ideas, las más perniciosa­s, esas que maltratan la convivenci­a y que convierten al vecino en miembro de una tribu distinta y peligrosa”.

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