El Espectador

Campesinos de Tierralta, insatisfec­hos con contratos de uso sobre sus tierras

La figura, aplaudida por académicos y abogados, fue aplicada por la Agencia Nacional de Tierras en el corregimie­nto Batata, en el sur de Córdoba. Nueve meses después, quienes firmaron, dicen que se sienten engañados porque no los hace dueños de la tierra.

- NATALIA ROMERO PEÑUELA nromero@elespectad­or.com @natalia_romerop

“Este no es tiempo de zancadilla­s, sino de realidades”, dijo el presidente Iván Duque el 17 de febrero de este año en Tierralta (Córdoba). El mandatario se refería no solo a la primera vacuna contra el COVID19, que se aplicaría en Sucre horas después, sino también a la firma de 111 “contratos de conservaci­ón natural” con campesinos del corregimie­nto de Batata, que viven en predios de la Zona de Reserva Forestal del Pacífico. Hoy, según líderes de la región, la mayoría se arrepiente­n de haber firmado.

Los “contratos de conservaci­ón natural” no son más que un nombre novedoso para los contratos de derechos de uso sobre baldíos inadjudica­bles, una herramient­a creada en 2018 para que campesinos que históricam­ente han vivido en zonas protegidas, como las Zonas de Reserva Forestal, pudieran hacer uso de la tierra en la que viven de manera legal.

El objetivo del Gobierno era tener 9.596 contratos firmados, correspond­ientes a cerca de 263.890 hectáreas, en 2022. Y con esto apuntaba también a “combatir la deforestac­ión, impulsar la protección del medioambie­nte y fortalecer la economía familiar”, por lo que, junto con el contrato, los campesinos firmaron un convenio con la Corporació­n Autónoma Regional de los Valles del Sinú y el San Jorge, a través de la organizaci­ón Más Bosques, para recibir cinco pagos por servicios ambientale­s de $800 mil cada dos meses.

Oneli María Pineda fue la primera en firmar. En ese momento, el Gobierno la nombró como “la primera socia del Estado en la historia del país para ese tipo de contratos”, pero hoy, nueve meses después, está insatisfec­ha y preocupada.

“Nos engañaron”, dice a través de una señal que se entrecorta cada tanto en una llamada entre Bogotá y el corregimie­nto de Batata, en

Tierralta. “Nos dijeron que nos iban a titular la tierra y nosotros nos pusimos contentos, porque ¡por fin!”, recuerda. Lo que no les explicaron era que el contrato los convertía en usuarios de la tierra y no en propietari­os. “Y cuando nos dimos cuenta quedamos viendo un chispero”, dice.

Oneli, de 35 años, ha vivido casi toda su vida en Venado Real, una de las 15 veredas de Batata, a casi cuatro horas de Montería. Cuando tenía 11 años, un grupo de paramilita­res entró a su casa, golpeó a su mamá y a sus tres hermanos mayores y se llevó a su papá. Él nunca volvió: es una de las 875 víctimas de desaparici­ón forzada de Tierralta.

De su padre, a ella le quedó el gusto por el trabajo del campo y tres de las 36 hectáreas que compró mucho antes de que Oneli naciera. Pero ante el Estado ella no tiene nada. Su terreno es considerad­o un predio baldío inadjudica­ble. Esto quiere decir que no tiene propietari­o, por lo que lo administra la nación, y que no se puede titular su propiedad porque está dentro de una zona protegida.

Ante ese conflicto entre el cuidado del medioambie­nte y la propiedad de la tierra para los campesinos, según explica Edwin Novoa, abogado e investigad­or sobre tierras en la ONG Ambiente y Sociedad, el contrato firmado por Oneli y los otros 110 campesinos generaba altas expectativ­as entre académicos y ambientali­stas bajo la premisa de que “cuando los campesinos tienen seguridad jurídica sobre sus tierras y tienen la certeza de que no los van a sacar, contribuye­n a su conservaci­ón. Lo que buscan esos contratos es que las familias puedan permanecer allí mientras utilicen la tierra de manera sostenible, y así la Zona de Reserva Forestal no pierda su objetivo”.

Lo importante, coinciden él y Ernesto Caicedo, abogado del área de Tierra y Territorio de la Comisión Colombiana de Juristas, es que los campesinos tengan claridad sobre el contrato y los usos que pueden hacer de esas tierras.

Pero ese es el mayor reproche de quienes firmaron. El documento deja claro explícitam­ente algunas condicione­s: que quien firma no puede ceder (ni vender) el predio, que tiene permiso de uso por 10 años, que es un acuerdo gratuito y que el campesino es “usuario” de la tierra, porque el dominio sigue siendo de la nación. Sin embargo, según Rodolfo Martínez*, otro de los campesinos que firmaron, nada de eso se los explicaron, “solo decían ‘firme aquí y aquí’, y luego el siguiente”. Rodolfo, quien prefiere no revelar su nombre real porque “quiere vivir otro ratico”, tiene 81 años y lleva 40 viviendo en un terreno de casi 14 hectáreas que compró en 1980 por $180 mil, “que en ese tiempo era plata”.

Rodolfo se arrepintió de haber firmado cuando los líderes de la junta de acción comunal, junto con la Asociación Campesina para el Desarrollo del Alto Sinú (Asodecas) llegaron a hacer pedagogía sobre el texto. “Ahí nos dimos cuenta de que nos cogieron de ignorantes. Ellos (la ANT) sí conocen sus términos y leyes, pero hacen con nosotros lo que se les da la gana”.

Y lo peor es que después de haber firmado le dejaron de hacer los pagos prometidos. Solo alcanzó a recibir uno y luego lo suspendier­on, según le dijeron los supervisor­es, porque incumplió sus obligacion­es. “Miraron por satélite y dijeron que había hecho quema, pero no quemé”, explica. “Lo que sí hice fue echar gramoxone, un químico que se tiene que echar para volver a empezar el cultivo”, explica, y añade que “eso no estaba claro en el contrato”.

Este diario tuvo acceso al modelo de contrato usado por la ANT en Tierralta y los contratos firmados por Oneli y Rodolfo. En ninguno de ellos es clara, de manera textual, la destinació­n de los predios ni las actividade­s prohibidas en estos. Lo que señala el documento es que el terreno asignado “únicamente podrá ser destinado para aquellas actividade­s identifica­das y especifica­das en el informe técnico-jurídico definitivo que forma parte integral del contrato”. Sin embargo, ninguno de ellos tiene en sus manos dicho informe.

Ernesto Caicedo, de Coljurista­s, señala que en los contratos físicos que él ha revisado tampoco ha encontrado el informe: “Les he hecho la misma pregunta a las personas que he asesorado y no tienen ni idea”. Esto es problemáti­co, porque implica que los campesinos deben cumplir unas obligacion­es que no conocen.

Rodolfo asegura que si estuviera en sus manos, él y la mayoría de los campesinos que firmaron darían por terminado el contrato. Pero esto no es sencillo, porque en este no hay una cláusula de terminació­n que lo sustente y porque “es una premisa de la ley que las partes conocen el contenido del contrato: si uno lo firma, se supone que lo leyó, lo discutió y lo suscribió”.

Por ahora las organizaci­ones campesinas del sur de Córdoba quieren suspender los procesos que se adelantaba­n para la firma de nuevos contratos y buscar asesoría jurídica para tomar una postura informada. En un concepto preliminar, Ernesto Caicedo, de Coljurista­s, dice que deben exigir que se pacten las condicione­s del contrato: “El Acuerdo 58 dice que debe ser construido con el campesino. Las organizaci­ones campesinas deben empezar un diálogo con la ANT para establecer unas cláusulas favorables para los campesinos”.

Colombia+20 intentó obtener la versión de la ANT, pero hasta la publicació­n de este texto no recibió respuesta.

‘‘Nos engañaron. Nos dijeron que nos iban a titular la tierra y nos pusimos contentos, porque ¡por fin! Pero cuando nos dimos cuenta de que no era cierto, quedamos viendo un chispero”.

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/ Archivo Presidenci­a de la República En febrero, el presidente Iván Duque celebró la entrega de los primeros 111 contratos en Córdoba. “Esta es la paz con legalidad, no de discursos”, dijo.
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