La exclusión de la universidad
EN ESTADOS UNIDOS, LA FUNDAción conservadora Estudiantes por unas Admisiones Justas está intentando desmantelar las políticas de acción afirmativa para el acceso a la educación superior. Estas políticas, también conocidas como discriminación positiva, hacen referencia a las medidas tomadas por las instituciones para garantizar que grupos tradicionalmente excluidos tengan mayor igualdad de oportunidades en el acceso al empleo, la educación y otros espacios que les han sido tradicionalmente vetados. En otras palabras, las políticas de acción afirmativa parten de la base de que, por años, décadas e incluso siglos, el espacio público ha estado cerrado para personas negras, indígenas, trans, en situación de discapacidad y muchas otras más. Como este ha sido el caso, necesitan algo de ayuda para entrar con justas oportunidades.
La semana pasada la jueza Loretta C. Biggs falló en contra de una de las demandas de la fundación conservadora, autorizando a la Universidad de Carolina del Norte para que continúe usando la raza como un factor en su proceso de admisión. Para la jueza, la raza no puede ser el único determinante, pero ignorarla y reducir su importancia no es una alternativa. Los modelos estándar de admisiones, por los que abogan los conservadores de la fundación, no cumplen con esa supuesta neutralidad, para algunos tan anhelada. Y quizá esta sea la razón que varios se han rehusado a entender: los modelos de admisión, de evaluación, de juicio están siempre mediados y construidos desde una subjetividad que no es conocida ni es neutral.
Esto último parece ser lo que muchos se niegan a creer. Constantemente me encuentro con argumentos del estilo: “buscamos los mejores, no decidir por cuotas” o “se les ofrece el puesto, pero no lo aceptan entonces nos toca contratar a los mismos de siempre”. Así, la única conclusión lógica termina siendo que “toca” contratar a hombres blancos con cierta preparación porque son los “más capacitados” y los que “siempre dicen que sí”. Aclarando que blanco, en Colombia, alude al hombre con las características raciales y sociales privilegiadas. Son a esos mismos “hombres blancos” a los que los oigo decir que la razón por la cual algunos grupos poblacionales son minoría obedece a causas estructurales de falta de preparación de la infancia.
El comentario es parcialmente cierto, pero en gran medida reprochable. Y lo es porque decir “qué vaina” y “qué triste es la vida”, mientras toca hacer magia para encontrar a un profesor negro en una universidad y mucha más magia para encontrar a una profesora negra o indígena —porque “blancas” tampoco es que haya muchas—, no es triste sino miope. La universidad, en un sentido muy importante, no es defensora de justicia. La universidad existe sobre todo para proteger la búsqueda de la verdad, incluida la pregunta sobre qué es lo justo. Queda la sospecha de que vamos a poder abordar esa pregunta con seriedad si excluimos sistemáticamente a quienes más han sufrido injusticia. La diversidad no es una moda caritativa. Y tampoco es una fórmula mágica. Pero sí es algo sobre lo que hay que pensar si queremos tener universidades comprometidas con la búsqueda de la verdad.