El Espectador

¡Banzai, banzai, banzai!

- RABO DE PAJA ESTEBAN CARLOS MEJÍA

AQUÍ Y AHORA DEBO CONFESAR QUE Roberto Rubiano Vargas, también conocido como el Negro, me corrompió a mis tiernos 24 añitos de edad: me enseñó a leer con curiosidad y deseo. A ser omnívoro como un jabalí. Por él supe de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, obra colosal, pionera de Yoknapataw­pha County, de Bill Faulkner, y de Macondo, de García Márquez. Por él conocí a Boris Vian en su heterónimo más salvaje, Vernon Sullivan, de Escupiré sobre vuestras tumbas y Que se mueran los feos. Y cuentistas japoneses, turcos, brasileños. Etcétera.

En esa época, entre otras cosas, Rubiano era fotógrafo freelance para Leo Burnett Medellín. Trabajaba bien, aunque a veces se le estropeaba­n los rollos y, en vez de las glamurosas modelos que la agencia esperaba, los negativos revelaban unas transparen­cias vacías e inútiles. Never mind, como canta Leonard Cohen. Mejor dicho, vale verga, según el ya clásico colombiani­smo.

Porque a él, en verdad, sólo le importaba escribir y escribir y escribir, a pesar de los ultrajes con que lo acosaban sus conmiliton­es del MOIR. Nos hacían un bullying despiadado: “¡Diletantes! ¡Rémoras! ¡Cucarrones!”. Lo que es la vida: hoy en día algunos de esos pirobos son lameculos del gran canalla o cagatintas de los ingenios azucareros. Entre tanto ruido, Rubiano me enseñó unos cuantos axiomas literarios. Escribir es igual a talento más oficio. Pasión más método. Escribir es reescribir. La ficción nos hará libres.

Antes de cumplir 30 años, Rubiano ganó el Premio Nacional de Cuento Fundación Simón y Lola Guberek-Carlos Valencia Editores, el más codiciado de los 80 del siglo XX, con Gentecita del montón: un libro casi mitológico: una ópera prima mordaz y refinada, que con el paso del tiempo lo convirtió en autor de culto entre hermanas y hermanos de su caótica generación.

En la siguiente década, Roberto se fajó un par de librazos de cuentos: El informe de Galves y otros thrillers (1991) y Vamos a matar al dragoneant­e Peláez (1999). Compendios de apremiante sarcasmo en clave policiaca. Con personajes entrañable­s, requeteent­rañables. Después de todo fueron escritos con las entrañas porque Rubiano ha sido un ficcionari­o visceral, concentrad­o siempre en crear nuevas realidades a partir de los escombros de la vida ordinaria.

Hago otra confesión: de los libros de Rubiano a mí el que más me gustaba hasta hace poquito era El anarquista jubilado (2001), una novela hilarante sobre unos piantados, como decía Cortázar, que se gastan la vida, no la viven, se la gastan, buscando la tumba secreta o anónima del padre Camilo Torres Restrepo, inmolado por la estupidez de los cabecillas del Eln. Es un texto hilarante si se acepta que en el dolor o el fracaso puede haber jolgorio y jarana.

Ahora Editorial Panamerica­na acaba de publicar la mejor novela de Rubiano: Banzai. Violencia en la carretera. No soy ni nunca seré spoiler. Búsquenla y léanla, por favor. No se arrepentir­án. Debajo de las sutilezas de la trama, a lo punta del iceberg, subyace una “ola de estremecid­o rencor” contra la corrupción que descuartiz­a a Colombia. Una novela magnífica de un escritor insular. ¡Dioses y demonios te bendigan, querido Rober!

Rabito: “Entre todas las definicion­es de la palabra japonesa banzai prefiero esta del código del Camino del guerrero: Banzai: estoy dispuesto a cambiar este momento por toda la eternidad”. Roberto Rubiano Vargas.

@EstebanCar­losM

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia