El Espectador

La aceptación externa

- LUIS FERNANDO CHARRY

TAL VEZ MUCHOS YA LA CONOZCAN; al fin y al cabo, en Occidente han proliferad­o distintas versiones: de Esopo a La Fontaine, o de la pasajera mención en Las ranas de Aristófane­s (según los exégetas de Wikipedia) a un cuadro de Marc Chagall (verifiqué esta mañana lo de Aristófane­s; lo de Chagall sigue pendiente).

Yo la descubrí hace años en El conde Lucanor (los exégetas de Wikipedia, faltaría más, también lo mencionan), el gran libro de don Juan Manuel, cuya versión, como las otras, gira alrededor de tres personajes: un labrador, su hijo y un burro.

Al labrador, un tipo bueno, dueño de una rara vitalidad, le gusta hacer cosas, pero cada vez que quiere hacer algo se lo anuncia primero a su hijo. Por supuesto, su hijo no tarda mucho en desanimarl­o. Y por eso no hace nada. Nada. Sin duda este sería, siguiendo la lógica extrema de su hijo, el modo más eficaz de evitar cualquier problema. Así, el labrador acata, al menos en principio, estos preceptos de vida; después decide rebelarse y darle de paso una enseñanza a su hijo.

Es día de mercado. El labrador invita a su hijo a comprar algunas cosas a una villa cercana. Emprenden el trayecto en compañía de un burro. El labrador y su hijo van a pie, el burro no lleva ninguna carga. En el camino se cruzan con unos hombres. Se saludan y se despiden. A estos hombres les parece una insensatez que vayan a pie. El labrador y su hijo alcanzan a oírlos. El labrador quiere saber qué piensa su hijo, y su hijo les da la razón a esos hombres. De modo que el labrador le dice que se suba al burro.

Siguen avanzando y se cruzan con otros. A estos les parece que el labrador, viejo y cansado, no debería ir a pie. El labrador le pregunta a su hijo qué piensa de lo que acaba de oír, y su hijo dice que tienen razón. A continuaci­ón el labrador le ordena a su hijo que se baje del burro. Y el labrador se sube. Más adelante se encuentran con otro grupo, y a estos les parece un despropósi­to que el hijo, joven, ajeno a los achaques de la vejez, vaya a pie. El labrador vuelve a preguntarl­e a su hijo qué piensa, y su hijo les da la razón a estos hombres. Así que el labrador le ordena que se suba. Por un rato viajan los dos en el lomo del burro, hasta que de golpe se encuentran con otros hombres, y a estos la escena les parece atroz: el burro, flaco, casi agónico, no debería cargarlos a los dos. El labrador una vez más le pregunta a su hijo qué piensa, y una vez más su hijo les da la razón a los hombres.

Pero el labrador se anima a replicar, y le recuerda a su hijo cuántas veces ha estado de acuerdo con la opinión de los otros a lo largo del trayecto. “Esto ha de servirte para aprender a conducirte en la vida, convencién­dote de que nunca harás nada que a todo el mundo le parezca bien, pues si haces una cosa buena, los malos, y además todos aquellos a quienes no beneficie, la criticarán, y si la haces mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar lo que hayas hecho mal” (cito de la versión moderna a cargo de Enrique Moreno Báez).

O como diría Epicteto: “Complace a todos y no complacerá­s a nadie”.

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Pánico, mentiras y campaña 2022
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