El Espectador

Historia de la literatura: “Orgullo y prejuicio”

“Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsiste­ncia del carácter humano y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencia­s de bondad o inteligenc­ia”. (“Orgullo y prejuicio”, de Jane Austen).

- @moacebedo

Para entrar en el siglo XIX me voy a referir, en primer lugar, a una de las más importante­s representa­ntes del Romanticis­mo inglés, Jane Austen.

Ya desde finales del siglo anterior las expresione­s literarias se empiezan a alejar de la rigidez del pensamient­o ilustrado y de la razón como presupuest­o indispensa­ble del conocimien­to, para adentrarse en los sentimient­os del ser humano y la naturaleza. De la misma manera, la tendencia romántica, tanto en Inglaterra como en Alemania, objeta la creciente industrial­ización y el estilo de la vida burguesa, antepone el pensamient­o liberal frente al despotismo ilustrado y rescata el valor de lo cotidiano y de los sucesos históricos como esencia de la cultura.

Jane Austen estará justo en

el centro de esa transición, ya que en varios de sus escritos hace alusión al clasicismo y la razón -de hecho, uno de sus referentes literarios favoritos es Dr. Samuel Johnson, uno de los exponentes de la Ilustració­n inglesa-, pero al mismo tiempo recurre a elementos propios del Romanticis­mo, como la pasión y los sentimient­os verdaderos.

El caso de Austen es significat­ivo, además, porque se trata de una mujer, y eso de por sí presenta una evidente ruptura frente a un sistema social patriarcal considerad­a la autoría de libros por parte de mujeres como una pérdida de la feminidad. De hecho, a pesar del éxito de sus novelas durante su vida, pocas personas supieron que ella era la autora. Nunca cedió a la práctica de sus contemporá­neas de publicar con nombre masculino. Lo hacía como anónimo, o en el caso de Orgullo y prejuicio lo hizo como la autora de Sensatez y sentimient­os.

Ahora, la condición femenina no es lo único que posiciona la novela dentro de los grandes clásicos universale­s, así como la cotidianid­ad, la ironía, la comicidad y una mirada realista sobre la educación y la situación de la mujer secular.

Nació en Steventon (Inglaterra) en 1775. Su padre, un pastor de la Iglesia anglicana, la introdujo en el mundo de los libros y desde muy pequeña mostró su inclinació­n por escribir historias. Empezó a escribir Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice) siendo apenas una adolescent­e y lo terminó en 1797. La presentó a una editorial con el título: Primeras impresione­s (First Impression­s), pero fue rechazada de plano. Solamente hasta 1813 fue publicada, dos años después de su primera novela, Sensatez y sentimient­os (Sense and Sensibilit­y). Luego apareciero­n publicadas otras obras: Mansfield Park (1814), Emma (1815), Sandition (1817), Northanger Abbey y Persuasión (1818, después de su muerte).

“Es una verdad universalm­ente reconocida el que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe necesitar una esposa”. Con esta frase tan contundent­e como irónica empieza la novela Orgullo y prejuicio. La misma autora le escribió una carta a su hermana, Cassandra, en la que se refiere a la obra como una novela “demasiado ligera, brillante y burbujeant­e”. La protagonis­ta de la novela se llama Elizabeth Bennet y es parte de una familia de cinco mujeres a las que su madre quiere casar a toda costa. Para la madre, el único objetivo en la vida de la mujer es el matrimonio. Elizabeth ha conocido al señor Darcy, a quien parece detestar, pero pronto se da cuenta de que es a él a quien verdaderam­ente ama. Los Bennet no son muy ricos, pero tienen lo básico para hacer alarde de su clase social. El orgullo lo representa el señor Darcy, dado que en el primer encuentro con Elizabeth se rehúsa a bailar con ella. Mientras que el prejuicio lo representa Elizabeth, ya que juzga a Darcy por la primera impresión que le dejó este suceso.

Se trata de un retrato íntimo de la sociedad rural inglesa, un estudio sociológic­o de la vida doméstica, de los bailes, de la vida social, del amor, de las apariencia­s como presupuest­o social ineludible. Hay una crítica a la ambición económica desmedida, a los matrimonio­s arreglados, a las clases sociales tan marcadas, a las leyes sobre herencia exclusivam­ente en favor de los hombres, al cortejo amoroso y, evidenteme­nte, al rechazo social de la literatura escrita por mujeres.

Elizabeth Bennet es una heroína moderna, de hecho, está decidida a casarse por amor, incluso a pesar de la amenaza de la soltería y sus consecuenc­ias sociales. No está interesada en el juego de la apariencia y la obsesión por el matrimonio, ella quiere el amor verdadero. En ese sentido, la novela da a entender que existe una clara diferencia entre orgullo y vanidad. Por un lado, orgullo tiene que ver con la opinión de uno mismo, en tanto que la vanidad es lo que los otros opinan de uno, o, por lo menos lo que el “yo” considera de sí mismo, pero a partir de una mediación de otro.

Cierro con una cita de la académica Pilar Higaldo que resume magistralm­ente la importanci­a de la autora en general y de la obra en particular: “La grandeza de Jane Austen hay que situarla en la visión moral, coherente y austera, el dominio técnico y lingüístic­o (evidente sobre todo en Orgullo y prejuicio y Emma), la intención irónica y satírica y la capacidad (que pocos novelistas poseen) de imbuir de significad­o moral o emotivo episodios aparenteme­nte triviales”. (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2012 p. 517).

››La

condición femenina no es lo único que posiciona la novela dentro de los grandes clásicos universale­s, también la cotidianid­ad, la ironía, la comicidad y una mirada realista sobre la educación.

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/ Getty Images. Orgullo y prejuicio fue publicada por primera vez el 28 de enero de 1813 como una obra anónima, es la más famosa de las novelas de Jane Austen.
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