El Espectador

¿Racismo disfrazado e ilustrado?

- JAVIER ORTIZ CASSIANI

NO SON COSAS MENORES. EL RACISmo es parte estructura­l de nuestras vidas. Lo raro es que quienes tienen la inteligenc­ia para saberlo, esos que conocen la historia y son capaces de acudir a los clásicos griegos o a tres o cuatro autores de la literatura moderna para refinar sus argumentos, lo nieguen. Raro no, más bien grave. Grave porque perpetúa una práctica y porque al final acuden a una bacanería escriturar­ia que desconoce las tragedias históricas ocurridas mientras el mundo inventaba ese lenguaje supuestame­nte inocente.

Lo primero sería admitir que crecimos con el racismo a flor de piel y que por eso no estamos condenados a irnos a la quinta paila del infierno. Tranquilos. Era lo que había. Recuerden que durante un montón de siglos jorobarse a la gente y ponerla a trabajar como esclava por diferencia­s físicas era legal, y para eso, por supuesto, había que inventarse un montón de argumentos sobre los otros que permitiera­n al mundo irse a la cama tranquilo y a los creyentes —que eran la mayoría— no tener pesadillas con el infierno. Pero hacerse el huevón con el hecho de que se creó toda una maquinaria para perpetuar la inferiorid­ad de algunos es grave. Y más grave aún, repito, si tienes los elementos para entenderlo, pero prefieres continuar haciéndote el huevón. Eso te hace candidato quizás no para irte al infierno, pero sí para volverte por lo menos un majadero a pesar de lo ilustrado.

Siempre está la opción de admitir abiertamen­te tu condición de racista o por lo menos que pese a todos tus esfuerzos las viejas estructura­s, los viejos prejuicios, siguen encima de ti como una losa pesada. Pero, por supuesto, en este mundo donde el racismo no se condena por ser éticamente una vergüenza, sino por lo pasado de moda, nadie está dispuesto a perder el encanto con tamaña declaració­n. Créanme, a mí también me soba la jerga exotérica de lo políticame­nte correcto y también creo que ha limitado el humor y el ejercicio literario. Que me parta un rayo si algún día me ven diciendo o escribiend­o todes o remplazand­o vocales por la letra X —creo que tampoco me alcanza para entrarle a pica a un monumento históricam­ente dudoso—, pero no se combate el racismo diciendo que la gente se delica en extremo o refinando los argumentos para negarlo.

No creo que el futbolista uruguayo Edinson Cavani haya tenido mala leche cuando llamó “negrito” a un amigo, pero el origen de la expresión sí tiene toda la mala leche del mundo y es normal que a muchos no les dé la puta gana que los llamen así.

El 2 de noviembre de 1928, en los preparativ­os para rendirle un homenaje y hacerle un monumento de su nivel al poeta José Asunción Silva —que había sido enterrado en el mal visto lugar de los suicidas del Cementerio Central de Bogotá—, El Tiempo publicó una nota que decía lo siguiente: “Dentro de la Bogotá contemporá­nea, tan subalterna del cemento armado y de los bailes afronegros, el mármol de Silva será la prolongaci­ón de una Santa Fe colonial e ingeniosa, recién influida por París, muy 1890”. Una cosa se puede decir de lo anterior: eran los bailes y las músicas de matriz negra los que ya se estaban tomando a Bogotá en una época tan temprana como finales de los años 20 del pasado siglo, pero no por eso debemos dejar de decir que la nota es racista.

No sé para ustedes, pero no deberían ser los líderes de opinión que no pueden ni siquiera ir a Melgar porque se ponen más rojos que un tomate los llamados a decirle a la gente negra con cuáles expresione­s y con cuáles no debe delicarse.

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