Yo, compasiva
EN EL ESPECTADOR, LA BIÓLOGA Brigitte Baptiste publicó una columna titulada: “Yo, chigüiricida”. En ella arremetió contra el vegetarianismo, calificándolo de inútil y peligroso. Afirmó que “comer más arroz no implica renunciar al acto de matar, solo lo hace más cómodo”, y que “no es inocente quien cree que no se necesita tumbar el monte para cultivar las hortalizas”. En otras palabras, que quien elige no comerse a los animales y quien le baja la cabeza a un chigüiro (o a otro animal) de un machetazo manejan el mismo estándar moral. Mejor dicho, que haga lo que haga usted es un matón.
Pero más allá del tono socarrón que se percibe en el texto, lo grave de las afirmaciones es precisamente que es ella quien las hace. Si salieran de un taurino o un cazador, sería anecdótico: otra sandez más. Pero Baptiste es una figura pública con reputación en el mundo de las ciencias ambientales, que no debería permitirse ligerezas contraevidentes.
¿Cómo afirma, sin sonrojarse, que el vegetarianismo es inútil cuando científicos de todo el mundo, integrantes de la FAO, del IPCC, de observatorios de los ODS y de instituciones académicas vienen señalando, con datos duros, que la crianza de animales para consumo es, de lejos, una de las principales causas de la crisis climática y la degradación ambiental global? ¿De dónde saca la bióloga que comer arroz tiene el mismo impacto ambiental que comerse un pedazo de carne de animales, cuando, por ejemplo, se requieren 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne y tan solo 1.500 para producir un kilo de granos? Francamente es insólito.
Me quedo con las sólidas voces de científicos que instan a los gobiernos a promover medidas para desincentivar el consumo de animales e incentivar el de alimentos de origen vegetal. Voces que no creo que la bióloga califique de “ignorantes”, “fanáticas” u “hordas llenas de buenas intenciones”, como sí se refiere, en cambio, a quienes consideramos que alimentarse sin animales es una opción ética poderosa. Y no porque creamos que sacar a los animales del plato nos hace ambientalmente inofensivos; más bien, es porque elegimos no hacer parte de un sistema de destrucción ambiental y de producción de sufrimiento de animales, en aras de causar el mal menor. ¿Por qué ir en contra de una decisión responsable y empática? Como escribió Carolina Sanín, a propósito de la misma columna: “Una cosa es no ser vegetariano. ¿Pero ser antivegetariano? ¿Qué sentido tiene oponerse a la compasión de otro?”. Lo que pareciera haber acá es una relación con la naturaleza por sanar.
Creo que, tratándose de una voz autorizada, lo responsable por parte de Baptiste sería alentar a las personas a sacar a los animales del plato y elegir informadas, en vez de estimular la idea falsa y nociva —atractiva para conciencias autocomplacientes— de que el vegetarianismo es inútil. Lo de su supuesta peligrosidad ni siquiera merece un comentario. Peligroso es usar el poder que se tiene para alentar el inmovilismo y servirles a quienes viven de explotar la naturaleza y a los animales. Peligroso es dejar que la soberbia hable en un momento en el que el mundo necesita tanta compasión. * Ph. D. Activista por los derechos de los animales, concejal de Bogotá. @andreanimalidad