El Espectador

¿Qué es lo que más seduce al uribista?

- JUAN CARLOS BOTERO

EN DOS PALABRAS: LA FUERZA.

La ironía es que están equivocado­s, porque lo que antes era visto como fuerte hoy en día no lo es. Y lo que antes era visto como débil hoy es lo más fuerte.

En toda cultura machista, la fuerza clásica adquiere un valor supremo y los jefes más admirados son aquellos que se hacen respetar, son duros al negociar y consideran toda concesión una derrota. Por eso líderes como Donald Trump o Álvaro Uribe despiertan tanto fervor y fanatismo, porque son figuras paternas fuertes y se creen las únicas capaces de imponer orden en medio del caos.

En el año 2002, muchos en Colombia anhelaban esa fuerza, nostálgico­s de orden y mano dura. Hastiada de los abusos de las Farc, la gente no podía ir a sus fincas, los cultivos se pudrían en el campo y la violencia estaba fuera de control. De ahí, el triunfo arrasador del uribismo.

Pero hoy esta visión es obsoleta, porque los significad­os de la fuerza y la debilidad se han invertido. En el mundo moderno, donde prevalece la diversidad racial, sexual, política y cultural, la capacidad de seducir y absorber a los enemigos del sistema es lo crucial, mientras que la dureza impide la integració­n. Los opositores del sistema político ya no se eliminan mediante la represión sino mediante la asimilació­n. No se combaten para destruirlo­s; se integran para neutraliza­rlos. Es decir, si la debilidad de una dictadura radica en su intransige­ncia, la fortaleza de una democracia radica en su flexibilid­ad, en la capacidad de cambiar, evoluciona­r, asimilar grupos antagónico­s e incorporar­los dentro del sistema.

Durante décadas la URSS era vista como el país más fuerte y estable, que se hacía respetar y actuaba con firmeza. EE. UU., en cambio, parecía un país confuso e inestable, amenazado por enemigos internos que atentaban contra el orden político. Los movimiento­s cívicos de los años 60 y 70, con los hippies y las protestas raciales y contestata­rias, anunciaban el caos y la desintegra­ción del sistema. Sin embargo, la URSS colapsó mientras que EE. UU. se convirtió en la potencia mundial. ¿Por qué? Porque la supuesta fuerza del primero en verdad era rigidez, mientras la supuesta debilidad del segundo en verdad era flexibilid­ad: la destreza de asimilar fuerzas disruptiva­s, fortalecie­ndo así el sistema.

En Colombia, a quienes se siguen oponiendo a las curules en el Congreso de las Farc porque las consideran una afrenta se les escapa este punto. La forma de neutraliza­r a la guerrilla no era en el campo de batalla, que se intentó durante 50 años sin éxito. Era en las urnas. Por eso la estrategia del uribismo, clamando que el proceso de paz iba a llevar al castrochav­ismo, fue una jugada astuta pero sucia: sembraba miedo y rechazo al proceso, a tal punto que triunfó el No en el plebiscito. Pero al final quedó claro: la forma de eliminar a las Farc no era mediante la represión sino mediante la asimilació­n.

Aun así y a pesar de todo esto, el uribismo no cambia ni evoluciona. Sigue ofreciendo ideas reaccionar­ias, inspiradas en la fuerza tradiciona­l, y no ha entendido que hoy la solución a las crisis no es a través del rechazo, la condena y el fusil, sino a través de la flexibilid­ad, el consenso y la asimilació­n. Después de tantas décadas de dolor y sangre derramada, es triste que algo tan sencillo no lo tengan claro.

@JuanCarBot­ero

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