El Espectador

La nueva estrategia antidrogas de EE. UU. y su apoyo al Acuerdo de Paz

El gobierno de Joe Biden presentó esta semana su nueva política antinarcót­ica, mientras en Colombia se intensific­an los choques entre cocaleros y militares por la erradicaci­ón forzada. ¿Cómo se leyó en las regiones y las organizaci­ones campesinas el anunc

- CAMILO PARDO QUINTERO cpardo@elespectad­or.com @CamiloPard­oQ22

Las recientes confrontac­iones entre campesinos cocaleros y cerca de 180 militares de la Segunda División del Ejército en Tibú (Norte de Santander) demuestran, una vez más, que la estrategia de erradicaci­ón forzada de cultivos de coca carece de mecanismos de diálogo y propicia el enfrentami­ento entre comunidade­s y fuerza pública, dejando a las autoridade­s civiles como simples espectador­es de un conflicto social al que no pueden aportar soluciones, tal como lo reconoció Nelson Leal, alcalde de ese municipio.

Y también está lo que sucedió esta semana en Anorí (Antioquia). Desde el pasado 23 de octubre, más de 700 campesinos en la vereda Tenche han tenido confrontac­iones con militares y cuerpos del Esmad que llegaron a sus tierras a erradicar forzosamen­te. Hay denuncias de abuso de autoridad, desproporc­ionalidad en el uso de la fuerza y constantes llamados para que se implemente el Plan Nacional Integral de Sustitució­n de Cultivos Ilícitos (PNIS).

Según versiones de la Mesa Nacional de Víctimas de Antioquia, más de cien familias campesinas en esta zona se encuentran en refugios humanitari­os y a la espera de una respuesta estatal para definir su situación socioeconó­mica.

Estos son los más recientes casos de enfrentami­entos entre uniformado­s y campesinos cocaleros, pero el Observator­io de Tierras de la Universida­d Nacional y de la Universida­d del Rosario documentó 95 incidentes de este tipo entre diciembre de 2016 y julio de 2020. Este año reseñamos hechos similares en Putumayo, Cauca y Antioquia, por solo mencionar algunos casos.

Este ha sido uno de los argumentos de quienes se oponen a la actual estrategia de lucha contra las drogas que Colombia ha articulado con el apoyo de EE. UU., ya que no ha logrado darle una respuesta concreta a este flagelo, más allá de las cifras en reducción de hectáreas de coca o capturas individual­es de narcotrafi­cantes.

Justamente, en esta nueva etapa, la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas en EE. UU. anunció que con Colombia se irá más allá de estas cifras y se trabajará sobre la reducción en la oferta de estas sustancias, el blanqueami­ento de capitales de los máximos responsabl­es, el impulso al Acuerdo de Paz, inversione­s de desarrollo rural y de seguridad ciudadana y políticas que impulsen el acceso a la justicia de forma más equitativa. En pocas palabras, un cambio radical a lo que ha sido la intervenci­ón norteameri­cana durante los últimos cincuenta años. La “guerra contra las drogas” de los Estados Unidos como campaña de política exterior en los países andinos, con especial énfasis en Colombia, comenzó en 1971. Por aquel entonces, el presidente estadounid­ense Richard Nixon ejecutó programas y proyectos como el Plan Dignidad, con el que quiso mitigar la naciente producción masiva de drogas en Latinoamér­ica, pues para él un aumento del narcotráfi­co en esta región significab­a un atentado directo contra la seguridad nacional de su país.

En Colombia, particular­mente, este vínculo bilateral se hizo más fuerte en 1999 con el nacimiento del Plan Colombia, durante los gobiernos Clinton-Pastrana. Desde allí, hasta la actual nueva estrategia de lucha contra las drogas emitida por Joe Biden a inicio de la semana pasada, las constantes han sido choques entre campesinos cocaleros y fuerza pública, operacione­s de aspersión con glifosato (suspendida­s por la Corte Constituci­onal en 2015), persistenc­ia en la violencia armada en zonas rurales en las que hay cultivos de coca, pese al Acuerdo de

Paz, y deficitari­os accesos a la justicia para familias que necesitan sustituir sus cultivos, acceder a cadenas de mercado legales o, simplement­e, formalizar las tierras en las que han vivido por años.

Por la defensa de derechos humanos

Ester Julia Cruz, representa­nte legal de la Asociación de Pequeños Productore­s Agropecuar­ios de la Zona Alta de San Pablo (Asocazul), en el sur de Bolívar, lleva décadas acompañand­o procesos de familias cocaleras y con cultivos lícitos en esta zona del país. Dice que una de las cosas que más le ha dolido a lo largo de su vida ha sido el sufrimient­o de personas que se han enfermado o lo han perdido todo por las aspersione­s aéreas y terrestres con glifosato.

“Estas prácticas de la lucha contra las drogas arrasaron con todo e imposibili­taron procesos de diálogo para que el desenlace fuera una sustitució­n adecuada y no gente enferma y sin tierras. Afortunada­mente, nos hemos movido jurídicame­nte, contamos con el apoyo del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CAJAR) y la acción de grupo que interpusim­os por las familias afectadas ya está en segunda instancia ante la Corte. En el sur de Bolívar este era un calvario casi constante y confiamos en que con el nuevo plan del presidente Biden las cosas van a cambiar, porque al menos cuenta con un componente de derechos humanos y no menciona nada de aspersione­s; por fin vieron que hay más opciones antinarcót­icas para cambiar la economía que asfixiar a los campesinos”, narra.

Cruz ve que en el territorio no ha habido

››Los

tres pilares de la estrategia antinarcót­icos del gobierno de Joe Biden en Colombia son reducción de la oferta de drogas, seguridad rural y desarrollo, y protección medioambie­ntal.

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/ La zona del país con más cultivos de coca es Catatumbo, con 40.000 hectáreas, según UNODC.
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