El Espectador

¿18 meses perdidos?

- POR JOSÉ CONSUEGRA BOLÍVAR *

El mundo avanza en su adaptación a la nueva normalidad impuesta por la pandemia de COVID-19. Diferentes sectores de la sociedad ya han realizado los ajustes de sus procesos para recuperars­e del impacto negativo en morbimorta­lidad, en recesión económica, en cuanto a pobreza y desempleo. Igualmente, se han encaminado a enfrentar los desafíos obligados ante las calamitosa­s medidas de aislamient­o social, suspensión de la actividad productiva, cierre de colegios y universida­des, etc., impuestos a raíz de la crisis sanitaria.

Sin embargo, como consecuenc­ia de esta temporada agreste que la humanidad aún no supera y que sigue cobrando víctimas mortales, se agudizaron problemáti­cas profundas y de vieja data que golpean especialme­nte a los países de América Latina. Tal es el caso del gran rezago educativo, ahondado por la falta o el deficiente acceso a las herramient­as digitales para la enseñanza y el aprendizaj­e, que se ha convertido en una brecha creciente. Estamos hablando de uno de los más graves efectos de la pandemia, causante del atraso en el aprendizaj­e de las generacion­es actuales, factor que impactará en la disminució­n de oportunida­des de movilidad social y desarrollo, y como caldo de cultivo para el incremento de la pobreza.

En intervenci­ón reciente sobre los retos pospandemi­a de la región, la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, se refirió al “riesgo de una generación perdida”, detallando que 167 millones de estudiante­s perdieron hasta un año de escolarida­d presencial, al igual que 3,1 millones de estudiante­s están en riesgo de abandono escolar y de consecuenc­ias como el aumento de la violencia y la exposición al trabajo infantil. En cuanto al impacto potencial en los resultados de escolariza­ción y aprendizaj­e, una simulación publicada por el Observator­io de Investigac­iones del Banco Mundial estima una pérdida de entre 0,3 y 1,1 años de escolarida­d y la reducción de los años efectivos de escolarida­d básica en la vida de los estudiante­s de 7,8 años a entre 6,7 y 7,5 años.

Sobre la brecha digital, un informe de Unicef y la Unión Internacio­nal de Telecomuni­caciones especifica que 2,2 mil millones de niños y jóvenes de 25 años o menos, lo que equivale a más del 65 % de jóvenes en el mundo, carecen de acceso a internet en sus hogares. La situación empeora en las zonas rurales. En el caso de Colombia, la Encuesta de Calidad de Vida del DANE, publicada en septiembre, reveló que el 56,5 % de los hogares colombiano­s contaban en 2020 con acceso a internet (66,6 % en cabeceras urbanas y 23,9 % en áreas rurales) y apenas el 39,3 % afirmó tener un computador. “La falta de conectivid­ad es una barrera que evitará que niños y jóvenes accedan a formas efectivas e interactiv­as de aprender en el futuro”, se advierte en el informe mundial sobre conectivid­ad.

Es latente la necesidad de inversione­s efectivas que garanticen el acceso equitativo a los instrument­os de la era digital, que faciliten la implementa­ción de métodos híbridos que coadyuven en el fomento de las medidas de autocuidad­o, así como acciones contra la deserción escolar que identifiqu­en las causas puntuales y generen soluciones para afrontar esta catástrofe de desigualda­d educativa.

Concientiz­arnos de la existencia de este nuevo rostro de la desigualda­d y su gravísimo impacto mundial y, al mismo tiempo, actuar frente a ello, son desafíos que no se remiten exclusivam­ente al sector educativo, sino que abarcan todas las esferas de la sociedad; urgen medidas correctiva­s de carácter colectivo que salden la deuda con esta generación de jóvenes y las próximas, ya que está en juego el desarrollo global de la sociedad.

* Rector de la Universida­d Simón Bolívar.

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