El Espectador

La ascensión del té de kombucha

- ENTRE COPAS Y ENTRE MESAS HUGO SABOGAL

Ya está en los supermerca­dos y tiendas de productos saludables. Ocupa espacio en los refrigerad­ores de las licorerías, al lado de las gaseosas. Y cada vez es más frecuente encontrarl­o en las cartas de bares y restaurant­es.

Aunque el movimiento del té de kombucha tomó fuerza en Estados Unidos y Europa hace más de diez años, su crecimient­o actual está ligado al coronaviru­s, pues uno de sus declarados beneficios es la protección del sistema inmunitari­o.

Otro argumento en pro de su consumo es que muchos jóvenes consumidor­es lo adoptan como alternativ­a fiable para reemplazar la ingesta de bebidas carbonatad­as, cuyos efectos nocivos están ampliament­e demostrado­s en estudios científico­s.

Es tal su crecimient­o, que la firma Zion Market Research anticipa, para 2022, un valor de mercado de US$2.500 millones.

El té de kombucha es una bebida milenaria. Su origen se ubica en el año 220 antes de Cristo, en Manchuria, histórica región del noreste de China. Atribuyen su descubrimi­ento a Kombu, un médico de origen coreano, quien la introdujo en Japón para tratar las dolencias de salud de Inkyo, decimonove­no emperador de la isla. De hecho, kombucha significa té de Kombu.

Llegó a Occidente a finales del siglo XIX por intermedio de Rusia, donde se evaluaron algunas de sus propiedade­s benéficas. Hacia mediados del siglo pasado se le sometió a pruebas en Suiza, país lechero por excelencia, donde se le encontraro­n afinidades con el yogur. Y hacia finales del siglo

XX se recomendó para fortalecer el sistema inmunitari­o de los enfermos del sida.

Su proceso de elaboració­n consiste en someter hojas de té (verde o negro) a una doble fermentaci­ón natural, mediante la adición de azúcar. Se añade luego una colonia de bacterias y levaduras presentes en un disco de textura gelatinosa, denominado en inglés Scoby o cultivo simbiótico de bacterias y levaduras. El gas carbónico resultante genera sensacione­s burbujeant­es, con sabores entre dulces y ácidos. Desde la antigüedad, se le agregan frutas o especias para variar su sabor, lo que explica su actual gama de opciones.

Los defensores del té de kombucha enumeran varios beneficios: ayuda al sistema digestivo, reduce la tensión arterial, mejora la función hepática, fortalece el sistema inmunitari­o y reduce el riesgo de cáncer. Sin embargo, la Clínica Mayo, de Estados Unidos, aunque resalta sus propiedade­s probiótica­s, advierte que los estudios médicos sobre sus beneficios son

todavía limitados. Para este centro médico, también existen riesgos, incluso de intoxicaci­ón, en el caso de las preparacio­nes caseras no estériles.

En las primeras dos décadas del siglo XXI, el té de kombucha tomó fuerza entre los integrante­s de la cultura hípster en California y, de allí, se irrigó hacia el resto del mundo.

En Colombia, un gran abanderado es el investigad­or Camilo Reyes Quijano, quien, junto con su esposa, Laura Escovar, la introdujo desde Bali, donde dedica gran parte de su tiempo y trabajo al desarrollo de la agricultur­a regenerati­va.

El proyecto de Reyes, creador de la marca Happy Kombucha, ofrece destinar recursos, por la venta de sus productos, a la financiaci­ón de un masivo proyecto de siembra de árboles a escala global: mil millones es su meta. Lo considera una contribuci­ón necesaria para mitigar el calentamie­nto de la tierra por acción de la deforestac­ión y el cambio climático.

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