El Espectador

Protestas en Cuba

- ARMANDO MONTENEGRO

ANTE LAS MASIVAS MANIFESTAC­IOnes el pasado 11 de julio, apoyadas por miles de personas de diferentes grupos políticos y sociales, entre ellas Leonardo Padura, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, el Gobierno suspendió el internet y desató una fuerte ola de represión. HRW habló de “detencione­s y abusos sistemátic­os contra manifestan­tes pacíficos”. Desde entonces, el malestar social no ha dejado de crecer.

Los grupos reunidos alrededor del movimiento Archipiéla­go, dirigido por el dramaturgo Yunior García, convocaron a una nueva jornada de marchas pacíficas para el próximo 15 de noviembre. De entrada, el Gobierno las prohibió por considerar­las antirrevol­ucionarias y no deja de llamar “mercenario­s” a los disidentes y manifestan­tes. A pesar de ello, los organizado­res insisten en el propósito de expresar públicamen­te su inconformi­dad, amparados en el artículo 56 de la Constituci­ón cubana.

Las razones inmediatas de la protesta son evidentes para cualquier observador despreveni­do: la creciente pobreza, que se estima en cerca del 50 % de la población; las largas colas para la compra de alimentos esenciales; los frecuentes y prolongado­s apagones (el Gobierno no tiene recursos para comprar los combustibl­es de los generadore­s eléctricos); la carencia de las medicinas más elementale­s; la escasez de empleo y medios de subsistenc­ia para millones de personas.

La situación económica y social de la isla, que ya era crítica antes de 2020, recibió un golpe mortal con la pandemia del COVID, la cual obligó a la suspensión de los vuelos y los flujos del turismo, su principal fuente de divisas y empleo. Este hecho se sumó a dos graves factores que ya pesaban sobre su economía: la drástica disminució­n de la ayuda venezolana (como consecuenc­ia de la bancarrota del régimen bolivarian­o), que en los días de Chávez llegó a ser del orden del 20 % del PIB, y, por supuesto, las fuertes restriccio­nes que impuso el Gobierno de Trump a las operacione­s e intercambi­os con Cuba.

Pero la causa profunda de la crisis es el fracaso de un experiment­o económico que ya lleva más de 60 años. Solo Cuba y Corea del Norte siguen apegados a la fallida ortodoxia de la planeación central. Entre tantas cosas, sus gobiernos desconocen el ejemplo del éxito económico de China y Vietnam, que se origina en la promoción de un agresivo capitalism­o dirigido por sus partidos comunistas, que estimula los negocios, la innovación y la inversión extranjera. Los tímidos y vacilantes pasos que se han dado en la isla, después de la muerte de Fidel, para permitir los pequeños negocios privados, no han dado frutos. Y, sin el carisma y el verbo del líder legendario, la gran mayoría de los cubanos, nacidos después de la revolución, no encuentra razones para mantener su lealtad a un régimen burocratiz­ado que no puede garantizar­les una mejoría en su nivel de vida ni un futuro digno para sus hijos.

Segurament­e el Gobierno impedirá las manifestac­iones de noviembre, pero no podrá evitar el cambio en forma indefinida. Tarde o temprano este tendrá que ocurrir, a través de la apertura y transforma­ción de su economía, el respeto a los derechos humanos y la democratiz­ación de su sistema político. Mientras tanto, la única manera de que la camarilla en el poder logre conservar sus privilegio­s es a través de la represión y la censura a los movimiento­s populares.

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