Fue noticia mundial la subasta
de vestidos de Gabriel García Márquez por sus nietos, como parte de una campaña en beneficio de la niñez indígena en México. Nos contaron que las más solicitadas fueron las clásicas chaquetas escocesas del fallecido Nobel de Literatura, con las que evadía las ceremonias formales en las que le exigían corbata o esmoquin. Una aversión que reveló así en “Vivir para contarla”: “Yo tenía unos ocho años en Aracataca cuando vi en un periódico la foto impresionante del cadáver embalsamado de Enrique Olaya Herrera, un antiguo presidente de Colombia que había muerto en Roma, y había sido expuesto en cámara ardiente durante varios días en el Capitolio nacional. Lo que más me impresionó fue que estaba vestido de etiqueta. Desde entonces pensé que esa clase de ropa solo se usaba para exhibir a los muertos ilustres, y aquella idea se me convirtió para siempre en una superstición”.