El Espectador

Emergencia climática: entre la urgencia y la contradicc­ión

- LA COLUMNA DEL LECTOR JOSÉ VEGA*

LA EMERGENCIA CLIMÁTIca alcanzó un punto de no retorno. Así lo indica el sexto informe del Panel Interguber­namental para el Cambio Climático sobre la evidencia científica del calentamie­nto global. A diferencia de los reportes que lo antecedier­on, este deja atrás un lenguaje cauteloso para aseverar categórica­mente que “la acción del ser humano en el cambio climático es inequívoca”, refiriéndo­se mayoritari­amente a los efectos de un sistema económico global basado en combustibl­es fósiles. Si se continúa con los patrones actuales, se alcanzará el umbral de 1,5 °C en 2040, con consecuenc­ias catastrófi­cas: cambios en el ciclo del agua y aumento en las olas de calor y el nivel del mar, afectando a miles de millones de personas. Ante esta nueva declarator­ia, es más que nunca necesario replantear las decisiones minero-energética­s en Colombia. Si bien el país no es un gran emisor de gases de efecto invernader­o (GEI), sí es altamente vulnerable a los efectos del cambio climático. Sin embargo, le sigue apostando a la expansión de los combustibl­es fósiles, como lo evidencian los planes de recuperaci­ón económica pospandemi­a y la Ley de Transición Energética.

El sector minero-energético ha sido abiertamen­te declarado protagonis­ta de la reactivaci­ón económica del país. Colombia ha basado su economía en la dependenci­a de las exportacio­nes de carbón e hidrocarbu­ros cuyas emisiones van a la cuenta de otros países, pero igual contribuye­n al cambio climático. Según un informe de la Agencia Internacio­nal de Energía, lograr la meta de cero emisiones a 2050 implica que no se deben realizar nuevos proyectos de carbón, petróleo ni gas natural a partir de 2021. Sin embargo, el anuncio de nuevos contratos de exploració­n y producción de hidrocarbu­ros, inversione­s en infraestru­ctura de transporte y regasifica­ción de gas natural y nuevas plantas térmicas reafirman nuestro compromiso con el carbono e inhiben un mayor crecimient­o de nuevas fuentes de energía. De hecho, en el marco de la pandemia y la crisis climática se evidencia un mayor número de políticas e inversione­s públicas a favor de energías fósiles en comparació­n con energías limpias.

Incluso, esfuerzos enmarcados en la narrativa de transición energética incluyen el apoyo a combustibl­es fósiles. La reciente Ley de Transición Energética ofrece beneficios tributario­s para la cadena de valor del llamado “hidrógeno azul”. Sin embargo, aún falta mucho para desarrolla­r esta tecnología y producir hidrógeno azul puede generar hasta un 20 % más emisiones de GEI que el uso de carbón o gas natural por sí solos, según advierte un reciente estudio. La producción de hidrógeno azul es impulsada sobre todo en zonas mineras y petroleras para aprovechar los recursos e infraestru­ctura existentes. Esto perpetúa la dependenci­a económica de energías fósiles a escala territoria­l, que genera serias vulnerabil­idades ante la volatilida­d de los mercados internacio­nales, sumado a las proyeccion­es de fracking y nuevas minas de carbón. Además de ser incongruen­tes con la emergencia climática, estos nuevos proyectos muchas veces carecen de licencia social en las comunidade­s locales, como lo evidencian los movimiento­s de resistenci­a social en Puerto Wilches (Santander) y Cañaverale­s (La Guajira). En ese sentido, resulta peligroso darle el título de combustibl­e de transición al hidrógeno azul si lo que urge es reducir el consumo de combustibl­es fósiles y ofrecer una transición justa para los más afectados.

Al ser indudable la contribuci­ón humana al calentamie­nto global, se zanja este debate y se hace imprescind­ible que Colombia revise sus planes nacionales ante su ambición climática en la COP 26, que se realiza en Glasgow. Es imperiosa la necesidad de replantear el rumbo de sus desarrollo­s minero-energético­s, aprovechan­do el escenario de recuperaci­ón económica como una oportunida­d clave para allanar el camino hacia más y mejor sostenibil­idad, resilienci­a y prosperida­d en línea con la urgencia climática. Al fin y al cabo, lograr una transición energética sostenible y justa ya no es una cuestión de viabilidad técnica o económica, es una cuestión de aceptación social y decisión política. Coherencia es la clave y los combustibl­es fósiles no son la respuesta. *Instituto de Ambiente de Estocolmo, sede Latinoamér­ica.

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