El Espectador

Geografía doméstica

- ENTRE LÍNEAS JULIANA MUÑOZ TORO*

Estoy en casa. Me fijo en los espacios, los objetos y la forma en que entra la luz. Más que una casa parece un personaje. Ven, cuéntame tu historia, le digo. Solo tengo que desovillar el hilo de la memoria para escucharte. Me fijo en uno de los libros que tengo en la mesa de noche: Geografía doméstica, de Margarita Cuéllar Barona (Tusquets). Su portada es especialme­nte bella, porque es un bordado de Natalia Herrera Martínez que representa unos baldosines y una hamaca rota. Me gusta que esta técnica se empiece a considerar como una forma de ilustrar, solo que con más materia. Casi se puede tocar.

El libro me ayuda con mi propósito de recorrer este lugar. Cuéllar logra hacer un ensayo que se vuelve memoria a través de esos espacios íntimos que la casa ofrece. Su texto nace del confinamie­nto, pero no se queda en él. Escribir sobre la casa también es una forma de fugarse de ella. Su mirada puede empezar en un objeto, pero la lleva a reflexiona­r sobre su propia historia, la literatura, el cine, la maternidad, las relaciones, Cali, Nueva York… Es su paso por otros espacios y momentos que también fueron su guarida de afectos: “La casa nos guarda, nos contiene”, escribe, con esa tranquilid­ad de saber que un hogar no es perfecto, sino real.

Sus capítulos son como bellas piezas de una colcha de retazos. Me detengo en uno que habla en particular sobre las telas o los “objetos textiles repositori­os de mi memoria”. Un muñeco de trapo puede ser la infancia, un mantel puede ser el linaje. Si nos lo preguntamo­s, todos tenemos una mujer en nuestra familia que ha levantado o quizás empuñado una aguja. En Geografía doméstica el quehacer textil se reivindica. Ya no es un peso histórico, sino una herramient­a para cambiar la historia propia. Aquí hay mujeres aparenteme­nte invisibles haciendo una labor invisible, pero ¡qué poderoso es! Dice Cuéllar: “Historias que cruzaron la frontera ante los ojos de la censura que no se percató de lo que contaban estas piezas”. Se bordaba para saber por qué se luchaba, se cosía para mandar un mensaje. Las mujeres “bordaron y tejieron para mantener la cordura, para expresarse y para narrar sus historias”.

Me quedo otro rato, como meciéndome en esa hamaca rota, en el fragmento en que se alarga la vida de los objetos, o alargando su memoria: “Me gusta el ejercicio de remendar por la manera como zurce diferentes tiempos: pasado, presente y futuro”.

Mi cuerpo, mi casa. Aquí sigo. Los muros me rodean como un abrazo que a veces asfixia. Debo volver a la lectura para liberarme: “Encuentro belleza en todo aquello que denote el paso del tiempo (...), la belleza para mí no está en la perfección sino en la narración”. Apago la lámpara. Me quedo en silencio con esa casa adentro.

*@julianadel­aurel

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