Las humanidades
HAY PADRES QUE LES PROHÍBEN A sus hijos estudiar humanidades. Otros los apoyan, pero muertos de susto. Están también los más pragmáticos, que esperan que sea una etapa. Pero, en general, no es común encontrarse con progenitores que entiendan la potencia de las humanidades. Algo que es esperable. Es difícil valorar caminos que no han sido los que uno mismo ha recorrido, ni son los comunes de la época. Menos esperable es tener que hacer una defensa de las humanidades ante el Estado y su presupuesto, e incluso ante las mismas universidades y su presupuesto.
De ahí que una y otra vez las humanidades tengan que salir a defender su existencia. Conociendo a su audiencia, primero van al bolsillo y tratan de explicar que son buen negocio: “Las humanidades ayudamos a abordar analítica y críticamente información imperfecta”. Lo dicen así, para sonar como estadistas. Añaden que con ellas los estudiantes aprenden una comunicación oral y escrita eficaz, habilidades para trabajar en grandes proyectos. Luego nos cuentan cómo un porcentaje altísimo de los directores ejecutivos estudiaron humanidades. La lista es algo como: Kenneth Chenault, historia; George Soros y Carly Fiorina, filosofía; Oprah, comunicación. Y así.
Como Steve Jobs es famoso por no haber terminado la carrera, lo citan menos. Pero quizá sea el que tenga más que decir: “Está en el ADN de Apple que la tecnología por sí sola no es suficiente. Es la tecnología casada con las artes liberales, casada con las humanidades, lo que produce los resultados”. Jobs estudiaba artes creativas antes de salir de la universidad. Como lo trendy es lo tech, los que no se convencen con el bolsillo se convencen con el futuro: las humanidades digitales. La investigación científica actual en humanidades, nos dicen, se basa en el big data y se encuentra a la vanguardia en áreas como el análisis textual, la publicación electrónica, los estudios de nuevos medios y multimedia, bibliotecas digitales, realidad aumentada aplicada, juegos interactivos y más. “Vengan, vengan. Miren que hacemos más que leer a Platón”.
No mienten. Esto es verdad. Aun así, no es de lo que se trata. No es por esto que vale la pena defenderlas a capa y espada. Las humanidades nacieron en el Renacimiento italiano. Algo que ahora nos suena a museo y selfie en Florencia. Pero en el siglo XIV, la vida estaba marcada por la confusión y desesperanza. Europa estaba amenazada por los otomanos, pero los líderes políticos europeos, obsesionados con sus propias disputas, hacían poco. Los papas, con sus cortesanas, habían abandonado Roma. La Iglesia, la mayor potencia financiera de Europa, estaba bajo el control de aristócratas franceses en complicidad con banqueros italianos. Y a todas estas, llegó la peste.
Algunos, como Petrarca, pensaron que la solución era la revuelta política del pueblo. Fracasaron. Pero lograron colar una revolución más sutil: el celo por la cultura humana. Para convencer de su revolución llegaron a la retórica, y para pensar con precisión y claridad, a la gramática, la literatura y la poesía. Para hacerse prudentes estudiaron historia y para universalizar los argumentos se valieron de la filosofía. La idea era elevar a las personas o, al menos, a suficientes personas de sus supersticiones y pequeñeces. Lo consiguieron. No sobra resaltar que lo consiguieron pese a sus familias, gobiernos y universidades.