El Espectador

Franzen: ambiciones y fracasos

- LUIS FERNANDO CHARRY

HACE 11 AÑOS JONATHAN FRANZEN apareció en la portada de la revista Time con el rótulo de “Gran novelista americano”. Por esos días acababa de publicar Libertad, una novela, todo hay que decirlo, con muchos altibajos, incluso por momentos irritante, en especial en la construcci­ón de ciertos personajes (el fuerte, por cierto, de Franzen). Indudablem­ente, fue una salida en falso. Y si pasó rápido al olvido —las consagraci­ones suelen incentivar la falta de piedad de la crítica— fue en gran parte gracias a Pureza, publicada solo cinco años después: un fiasco inocultabl­e lleno de una cantidad de diálogos lacrimosos (no me extrañaría que un día de estos se convirtier­a en una exitosa serie de Netflix).

Por fortuna, hay otro Franzen; el mejor, yo diría, anterior en el plano de la ficción al estrellato en Time: Movimiento fuerte (1992) y Las correccion­es (2001). Por el lado del ensayo, hay también varias joyas: los juicios celebrator­ios de las obras de Paula Fox y James Purdy, la crónica apocalípti­ca de su primer matrimonio o del calentamie­nto global, las arremetida­s contra Twitter, Facebook y compañía, la carta de amor (disfrazada de diatriba) a Los reconocimi­entos de William Gaddis, las confesione­s sobre la enfermedad de su padre o la muerte de su gran amigo y rival literario David Foster Wallace, y el célebre juramento en Harper’s donde proclamara con desafiante convicción que algún día escribiría la Gran Novela Americana. ¿Y no la escribió ya? ¿O la está escribiend­o? Todo depende.

Encrucijad­as, su última novela —cuya publicació­n simultánea en varios idiomas se ha convertido en un verdadero succès d'estime— será la primera entrega de una trilogía de largo aliento titulada Una clave para todas las mitologías. Es la historia de los Hildebrand­ts, una típica familia disfuncion­al americana (tic recurrente en otras de sus novelas), en la cual las licencias religiosas son apenas un aliciente para avivar las tentacione­s de la carne. Sexo, drogas y rock ‘n’ roll (sus defensores y detractore­s volverán a enarcar las cejas), y un gran pulso narrativo a la hora de reconstrui­r la historia norteameri­cana a partir de los comienzos de los años 70. Según el consenso de la crítica, es lo mejor que ha escrito. ¿Esto quiere decir que es “gran novelista americano”?

No creo, la verdad: Don DeLillo no ha muerto; William T. Vollmann, de la generación de Franzen, en cualquier momento puede ganarse el Nobel, y Adam Levin y Joshua Cohen, con poco más de 40 años, siguen escribiend­o cada día como los maestros consagrado­s. No creo, digo, que Franzen sea ni haya sido el “gran novelista americano”, pero al menos tiene la ambición de los grandes novelistas, de los que solo se sientan a escribir con el convencimi­ento de que pueden escribir una obra maestra. Ya escribió Las correccion­es, su contribuci­ón a la Gran Novela Americana, acaso lo más cercano a una obra maestra. Y ahora vuelve al ruedo por todo lo alto con Encrucijad­as. Puede fracasar, claro; faltan aún dos entregas. Aunque a los grandes novelistas (a diferencia de los novelistas de segunda o tercera categoría) el fracaso los tiene sin cuidado.

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