El Espectador

Carbono azul

- ANDRÉS HOYOS

VAYA UNO A SABER POR QUÉ LES POnen apellidos de colores a los elementos químicos. Esto sucede con el hidrógeno y el carbono, al menos, dos de los tres más importante­s para la salud del planeta, junto con el oxígeno.

El carbono azul, en claro contraste con el verde, es el que se almacena en el lecho marino, sobre todo en las zonas costeras. Un ejemplo sencillo sería la bahía de Cispatá en departamen­to de Córdoba del Caribe colombiano, donde hay 11.000 hectáreas de manglar, un área nada despreciab­le aunque todavía minúscula en términos globales. El manglar es una máquina poderosísi­ma de absorber CO2 y depositar carbono en el suelo. Además de ello, los manglares son potentes incubadora­s de peces y de otras especies marinas. Las praderas de algas y las marismas tienen una condición parecida. Hace rato que uno intuye que el océano, para bien y para mal, es el elemento central a la hora de solucionar la crisis climática, así se haga mucho más énfasis en las selvas, la deforestac­ión, la agricultur­a y la ganadería. Los océanos son el sumidero de carbono con mayor potencial en el planeta.

En estas materias a veces conviene invitar al novelista que uno lleva por dentro. Armemos una historia futura de esto. Situémonos en 20 años. Para esa época debería haber en Colombia y otros países parecidos no parches de 20.000 hectáreas de manglares y marismas con algas, sino varios millones de hectáreas. La narrativa actual todavía va en el sentido contrario. Hoy los manglares se destruyen de muchas maneras. No me parece adecuado hacer tanto énfasis aquí en ello, pues en internet cualquiera puede encontrar un sinfín de historias al respecto. Hay que dar la vuelta en U; no queda de otra. Las 300.000 hectáreas de mangle existentes en Colombia se deberían convertir en dos millones o más. En vez de minar los manglares, como pasa en la actualidad, habría que protegerlo­s con leyes duras pero, sobre todo, expandirlo­s mediante premios económicos y rentabilid­ad. Zanahoria y garrote, así como suena.

De seguro que uno de los mecanismos más rápidos para proteger las costas con su efecto sumidero sería instituir fondos de inversión que promuevan los manglares y las zonas de algas marinas. Contar con instrument­os de alta bursatilid­ad que hagan atractivo para cualquier persona invertir en carbono azul y obtener ganancias a través de él son tareas insustitui­bles. Si la idea es aminorar las emisiones de gases de efecto invernader­o o detenerlas, nada como convertir la salud del planeta en un gran negocio, sencillo y masivo, incluso en una opción de trabajo. Las admonicion­es y la lloradera no bastan.

En las costas de casi todo el mundo hay extensas áreas que podrían albergar manglares o marismas. Ahí están, listas, sin mayor uso. Por ejemplo, Apple, la ONG Conservati­on Internatio­nal y varias comunidade­s colombiana­s se asociaron para proteger y restaurar el bosque de manglares de la ahía de Cispatá. Tengo entendido que las cuentas son razonables. Otro tanto se podría hacer en Chocó, Cauca y Nariño. Los manglares y las algas funcionan en la absorción de carbono a un ritmo decenas de veces más rápido que el de las selvas húmedas, de modo que su cuidado debería generar recursos cuantiosos. Si la ganadería extensiva es la que ejerce presión sobre las costas, es posible, además de rentable, limitarla, fomentando masivament­e la silvopasto­ril.

En fin, manos a la obra.

Tigre.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia