El Espectador

Anticorrup­ción sí, pero no así de vacía

- PABLO FELIPE ROBLEDO

LA BANDERA ANTICORRUP­CIÓN NO puede ser empleada por los políticos como una simple frase de cajón para crear una superiorid­ad moral frente a los demás, pero sin proponer ideas concretas de cómo se ejecutaría esa política pública. Se trata, una vez más, de la apropiació­n de una bandera política que en realidad no enarbolan. Solo usan la palabra “anticorrup­ción”, pero sin convicción y menos aún precisión.

En lo que llevamos de antesala a la campaña presidenci­al, hemos escuchado que la gran mayoría de aspirantes, si no todos, se autoprocla­man héroes anticorrup­ción, pues en sus eventuales gobiernos no se permitirá el uso indebido de los recursos públicos y se investigar­á y sancionará a aquellos que utilicen sus cargos para llenarse los bolsillos o los de sus amigos. Muy bonito discurso, que genera aplausos entre sus seguidores, pero nos deja inquietos a todos sobre el siguiente cuestionam­iento: ¿cuál es la propuesta concreta para combatir la corrupción? Hasta ahora, ningún candidato ha dicho cómo, lo cual es más importante que el qué.

Desde la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, los colombiano­s perciben cada día más la corrupción como el verdadero y gran problema que aqueja al país. Los dineros públicos no son destinados para mejorar la infraestru­ctura, la educación, el sistema de salud o la justicia, sino que están al servicio de los intereses particular­es de los gobiernos de turno, y de sus amigos políticos y empresario­s. Eso afecta gravemente el nivel de vida de las personas y la confianza en las institucio­nes, las cuales son vistas como nidos de corrupción donde no se salva casi ninguno.

La percepción de que las cosas no van por buen camino la demuestran las encuestas donde se enlista la corrupción entre las principale­s preocupaci­ones de los ciudadanos. Cómo no, si durante los últimos años han explotado vergonzoso­s episodios como el cartel de la toga, el cartel de la hemofilia, Fidupetrol, la Ruta del Sol II Odebrecht-Sarmiento, que se han convertido en el pan de cada día.

Los candidatos saben que necesitan capitaliza­r ese descontent­o social para convertirl­o en votos y que se volvió moda proclamars­e “anticorrup­ción” mediante un discurso vacío, con el único propósito de que las personas los reconozcan como los salvadores caídos del cielo que por fin van a cambiar las cosas. Nada más alejado de la realidad.

Ninguno de los aspirantes presidenci­ales ha propuesto ideas concretas de su política anticorrup­ción en caso de que llegue a la Casa de Nariño, ninguno ha manifestad­o cómo pretende luchar contra esos clanes regionales que se roban la plata; por el contrario, parecen cohonestar con ellos. Ciertament­e, los candidatos se han dedicado a denominars­e “anticorrup­ción” al paso que vociferan que todos sus contrincan­tes son corruptos. Esa es la única propuesta.

Se necesitan ideas y no discursos politiquer­os, para que realmente un candidato se pueda proclamar anticorrup­ción. Es claro que se requiere abordar este discurso, pues se trata de un propósito inaplazabl­e, pero no así de vacío, sin fundamento alguno, como si se tratara de un mero asunto de campaña.

Ojalá los candidatos se pongan serios y entiendan que a la política anticorrup­ción hay que ponerle sustancia y concreción, lo demás es puro y simple paisaje, el mismo que nos tiene en el podio del escalafón mundial de la corrupción. Por eso, anticorrup­ción sí, pero no así de vacía.

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