El Espectador

Glasgow: deforestac­ión, delitos e incentivos

- JUAN PABLO RUIZ

HAY DOS EXTREMOS: EL INVERSIOni­sta que deforesta para apropiarse de tierra y hacer especulaci­ón predial, y quien deforesta buscando su sustento. Según la Ley de Delitos Ambientale­s, deforestar en la reserva de la Amazonia es un delito que afecta a los colombiano­s y a la humanidad entera, de acuerdo con lo pactado en la COP26. Es delincuent­e el inversioni­sta que contrata y paga por deforestar, y es cómplice el gobierno —local o nacional— que genera condicione­s que propician la ejecución del delito.

A su vez, para el asalariado es complejo y grave aceptar un contrato de trabajo cuyo objeto es cometer un delito. ¿La falta de oportunida­des y empleo lo justifica? ¿El derecho al trabajo lo exime de la condición de delincuent­e? ¿La ignorancia o el desconocim­iento de la ley lo excusan? ¿Quién acepta un contrato para cometer el delito es también delincuent­e? En principio, la ley condena a todos los actores involucrad­os en un delito. El dilema es: ¿qué opciones crear para evitar que quienes estén presionado­s por la falta de oportunida­des busquen o acepten una recompensa por deforestar?

La solución para el campesino sin tierra no puede seguir siendo ofrecerle tierra en la Amazonia para que deforeste —“haga finca”— y prometerle carreteras y títulos de propiedad. La solución es entregarle tierra donde hay suelos aptos para la agricultur­a y su intervenci­ón no conlleve la destrucció­n del bosque tropical biodiverso (BTB). Se requiere tierra para el campesino dentro de la llamada frontera agrícola, donde hay mejores suelos, carreteras y títulos de propiedad, pero el país o las fuerzas políticas no quieren hacer reforma agraria. ¿Entonces qué alternativ­a tenemos? ¡Otro dilema!

Al campesino no se le puede condenar a la pobreza enarboland­o las banderas de la crisis climática, pero tampoco es razonable solucionar su problema destruyend­o el BTB regulador del clima. La alternativ­a sale de Glasgow, con los US$19.000 millones que se comprometi­eron a aportar 12 países y algunas empresas para conservar el bosque y mejorar las prácticas agropecuar­ias: con esos recursos se puede comprar tierra a grandes terratenie­ntes que hoy la usan en ganadería extensiva (en el país hay más de 30 millones de hectáreas), distribuir­la a familias campesinas desposeída­s que están hoy derribando BTB y darles acceso a créditos, asistencia técnica y mercadeo para incrementa­r la producción agropecuar­ia. Se debe condiciona­r la posibilida­d de venta del predio adjudicado, para que no entre al circuito de especulaci­ón predial, atractiva para todo terratenie­nte, incluido el pequeño propietari­o.

Para que los dineros utilizados en compras de tierras no alimenten la corrupción, es necesario involucrar veeduría nacional e internacio­nal, incluidas ONG ambientale­s de reconocida trayectori­a, que supervisen la ejecución de esos recursos. Hay que buscar un punto de equilibrio para que los propietari­os estén dispuestos a vender y, al mismo tiempo, maximizar el beneficio para el campesino como productor y para el planeta al conservar el BTB y sus servicios ecosistémi­cos.

Al inversioni­sta que deforesta para implantar ganadería, apoderarse de la tierra y hacer especulaci­ón predial vinculando antiguas zonas de BTB al mercado de tierras hay que condenarlo por delincuent­e. El Gobierno debe dejar de ser cómplice y suspender los incentivos a la deforestac­ión. ¡No más sustraccio­nes de la reserva forestal para titulación individual, ni construcci­ón de nuevas carreteras en zonas cubiertas por BTB! Cumplamos los acuerdos de la COP26.

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La porción de Ortega
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