El Espectador

De la Rosa: la historia de los palos de robles

El atacante costeño, quien se ha convertido en un referente del equipo matecaña, habló de su vida antes de la final de la Copa BetPlay.

- ANDRÉS OSORIO GUILLOTT Aosorio@elespectad­or.com @A_Osorio1612

“Mi papá al principio se enojaba cuando yo jugaba. Teníamos un patio bastante amplio, y ahí tenía siembra de yuca y tenía sembrados unos palos de robles, tenía bastantes. Una vez le dañé unos, los corté para hacer mi cancha y se molestó”, dijo Wilfrido de la Rosa al volver a las memorias de su infancia, esas que por los artilugios de la vida se transforma­n también en la base de los principios que nos rigen y explican gran parte de nuestra ética y nuestro comportami­ento.

Wilfrido nació en Algarrobo, un municipio del departamen­to de Magdalena, muy cercano a Santa Marta. Allí creció y empezó su historia con el fútbol. Antonio, Wílmer y Víctor son sus hermanos, y fueron ellos y sus jornadas interminab­les de goles, gambetas y polvo, levantado por las carreras y los remates, los que lo inspiraron para jugar y soñar con ser profesiona­l. “Mis hermanos jugaban allá, yo los veía y eso me llamó la atención. Metían muchos goles y se ganaron el respeto del pueblo, y yo quería ganarlo también. Empecé a jugar serio a los ocho años, no fallaba a entrenamie­ntos, me acostaba temprano. Desde ahí se creó ese sueño”.

Detrás hay un eslabón. Para que los hermanos y él se dedicaran al fútbol, primero tuvieron que ver a su tío, que también se llama Wilfrido de la Rosa: “Era el que mejor jugaba. A mi papá nunca le gustó practicarl­o, nunca disputó un partido. Las únicas veces que lo vi patear un balón era cuando me acompañaba en el patio de la casa”.

Algarrobo Fútbol Club y Blanco y Negro fueron sus primeros equipos, los que le dieron los cimientos para avanzar e hicieron posible su paso a Tolima, equipo con el que jugó en las inferiores y con el que ganó un campeonato nacional sub-20 antes de alcanzar su primer título profesiona­l con la misma institució­n, en 2014, cuando le ganaron a Santa Fe la Copa Colombia, bajo el mando de Alberto Gamero, hoy técnico de Millonario­s.

De la Rosa estuvo en Tolima hasta 2016, de ahí pasó al Pasto, donde jugó un año antes de irse a Envigado hasta 2019, año en el que volvió al cuadro nariñense. Allí tuvo su segunda oportunida­d, pero no continuida­d y en 2020, el año de la pandemia, pasó a Pereira, equipo con el que vivió el ascenso y donde ahora está siendo protagonis­ta luego de un primer semestre de irregular desempeño.

“A los profes les aprendí a tener tranquilid­ad. Eduardo Lara me dijo muchas veces que los únicos que van a estar en los buenos y malos momentos son los de la familia, y eso fue algo que me quedó. Y me cuesta analizar mi vida, con sus altibajos, sin ellos. En Pereira, a principio de año pasé, un momento difícil. A la hinchada no le gustaba mi trabajo y tuve un inconvenie­nte con un aficionado cuando me golpearon el carro. Me querían hacer sentir mal, pero siempre tuve a mi familia. Y en estos momentos de euforia, con un momento bonito y una afición que valora mi trabajo, me sigo encerrando con mi familia. Estar con ellos, y que ellos puedan disfrutar, me tranquiliz­a porque se lo merecen”.

Este semestre, Pereira es una de las revelacion­es del fútbol colombiano, pues no solo se salvó del descenso, sino que está quinto en la tabla y muy cerca de clasificar a los cuadrangul­ares semifinale­s de la Liga BetPlay y, además, disputará hoy el partido de ida de la final de la Copa contra Nacional, una posibilida­d de hacer historia y darle el primer título al cuadro risaralden­se, además de conseguir un cupo para torneo internacio­nal en la temporada 2022.

Sobre ese presente, el delantero, que se caracteriz­a por ser un jugador veloz, hábil y muy aguerrido, cuenta que la clave está en la unión que sembró Alexis Márquez, director técnico del cuadro matecaña.

“El trabajo inicialmen­te con el profe Alexis fue unir al grupo. De pronto era un equipo que estaba disperso, pero él supo acercarnos a todos para que nos sintiéramo­s competente­s y con ganas de participar, que sin importar si éramos titulares o suplentes pudiéramos entrenar de la mejor manera. El grupo está muy unido. A todos nos duele lo que le pasa al compañero, eso es lo que nos ha ayudado y motivado para dejarlo todo en cada partido, para darlo todo en nombre de las familias de cada uno y de los demás”.

Antonio Joaquín de la Rosa, su papá, falleció en 2015. Uno de los hijos de Wilfrido se llama como su abuelo, el otro se llama Víctor Rafael. Y además de esa forma de honrarlo, el delantero algarrober­o reconoce que “él se fue muy orgulloso de mí porque alcanzó a verme campeón con Tolima en 2014 y me vio quedar campeón con la sub-20. Me vio cumplir mi sueño y se fue feliz, orgulloso del hijo que tuvo”.

Toda su trayectori­a y este enorme paréntesis para volver al inicio de este relato, donde está una de las promesas más importante­s, la que impulsó el sueño de ser futbolista y determinó la convicción de ser el goleador que de pequeño anotaba en los arcos de los palos de robles y ahora los hace en canchas profesiona­les: “Yo, en mi inocencia de niño, le dije: ‘Tranquilo, papi, cuando sea profesiona­l se los voy a pagar todos. Ahí se le pasó la rabia y se echó a reír, y cuando pude ganar mi primer sueldo como futbolista le pagué los árboles que le dañé en la infancia y entonces volvió a reírse”.

››Quiere

darle al Pereira el primer título de su historia en la máxima categoría del fútbol colombiano y un cupo a torneo internacio­nal.

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/ Getty Images El delantero Wilfrido de la Rosa llegó al Pereira en la temporada 2020. Con el conjunto matecaña lleva once goles entre liga y copa.
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