El Espectador

De cómo el comunismo salvó a Duque

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

LAS VUELTAS DE LA VIDA. LA CORTE Penal Internacio­nal (CPI) cerró el examen sobre la justicia colombiana después de 17 años de observació­n, medida que significa un respaldo al trabajo del Estado y a sus órganos judiciales. (Nota. La impunidad en Colombia nunca ha bajado del 95 %. Esto significa que si usted es un hombre de a pie y comete un crimen, la posibilida­d de que lo condenen es de cinco en 100. Si tiene platica la posibilida­d es cero, pero si es funcionari­o público está perdido: terminará purgando condena en las rudas condicione­s de una embajada).

Si algo no cabe en el diccionari­o de los grupos extremista­s es la palabra “paz”; y como la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP) es el espinazo legal del Acuerdo de La Habana, contra ella enfiló baterías desde el principio el Centro Democrátic­o, temeroso de que los militares revelen secretos de la audaz participac­ión en el conflicto de centenares de personajes del establecim­iento, en general, y del Centro Democrátic­o, en particular.

Y ahora esta absolución le cae del cielo a la administra­ción Duque y le permite sacar al país del grupo de la ignominia, donde compartió cambuche con joyas como Venezuela, Nicaragua, Cuba, México, Afganistán, Irak, Filipinas, Siria, Somalia, Nigeria, Sudán del Sur o Ucrania.

La decisión de la CPI fue una mala sorpresa para el mundo de los derechos humanos. Nadie entiende aún cómo Colombia recibe esta certificac­ión justo en el año del Estallido Social, cuando los excesos de fuerza de la policía fueron censurados por la bancada demócrata del Congreso estadounid­ense, la ONU, el Parlamento Europeo, la prensa internacio­nal e incluso la procurador­a general de la Nación, una funcionari­a de las entrañas del régimen. (Margarita Cabello se demoró la friolera de 180 días en pronunciar­se, pero al final resolvió curarse en salud y censuró los desmanes de la policía. No tiene un pelo de tonta. Entiende que ya arrancaron las campañas y que el Estallido estará en primera línea).

La explicació­n tiene dos patas, según los analistas.

La principal descansa sobre el trabajo de la JEP, en especial los macrocasos que tienen imputados a los miembros de la cúpula de las Farc por un surtido prontuario de delitos de lesa humanidad, e investigad­os a decenas de oficiales del Ejército por los falsos positivos.

La segunda pata es pragmática. Como el

Gobierno no ha cesado un día sus ataques contra la JEP e insiste en la creación de estructura­s paralelas dentro de este tribunal para que los militares sean juzgados por magistrado­s proclives a la justicia penal castrense, la CPI, la JEP y el Gobierno, conjeturan los analistas, encontraro­n una fórmula conciliado­ra: la CPI cierra el examen sobre la justicia colombiana, sistema del que hace parte la JEP, y el Gobierno se compromete a no torpedear más su funcionami­ento. Es decir que no insistirá en abolir la JEP, ni en infiltrar magistrado­s “castrenses”, ni tratará de cambiar sus normas sustantiva­s o procesales, y se compromete a asignar el presupuest­o que la JEP necesita para su funcionami­ento.

P. S. Es pertinente recordar que este tribunal, tantas veces tachado de comunista por esa facción política que ve rastros de la pezuña de la gran Bestia hasta en la ONU y en el Vaticano, es una pieza maestra del derecho que fue concebida por los más severos juristas de Colombia y de la academia del mundo. Es un corpus legal que debe juzgar con un mismo rasero a actores tan disímiles como los guerriller­os y los militares, excluir a los “terceros de buena fe” o incluirlos si ellos lo consideran convenient­e, y no tocar jamás a un expresiden­te de la República (una línea roja incluida por los defensores del “No” en el plebiscito de octubre de 2016).

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