El Espectador

Despacito y buena letra

- SORAYDA PEGUERO ISAAC

LA CULPA ES TODA MÍA. EXCEPTO POR algunas notas breves, mi escritura se limitaba al teclado del computador y a la pantalla del celular. La consecuenc­ia de esa costumbre es una letra que dista mucho de la caligrafía delicada que suelen tener las hijas de maestras de escuela. Para que me entiendan mejor: piensen en una mosca mojando sus patas en tinta para luego marcarse un baile de apareamien­to sobre el papel. Así de espantosa se ha vuelto mi letra. Pero no pretendo justificar­me. Como les dije, la culpa es toda mía.

El otro día estuve viendo los bordados de la escritora Juliana Muñoz Toro. Maravillad­a por la belleza de su trabajo manual, recordé que el filósofo Vilém Flusser tenía visiones de un futuro en el que confiamos nuestras tareas a los aparatos y nos convertimo­s en seres manualment­e inactivos. Según Flusser, la habilidad de las manos se verá gravemente afectada por la falta de uso. A los dedos, en cambio, les auguraba una agilidad creciente. Con qué, si no, íbamos a acariciar los teclados y las superficie­s de las pantallas.

Hubo un tiempo en el que colocábamo­s la palma de una mano sobre la hoja de un cuaderno. Esta mano debía mantener una rigidez de estatua, debía quedarse muy quieta y con los dedos separados. Con un lápiz seguíamos la línea de los bordes exteriores y trazábamos el contorno de cada uno de los dedos. Una mano dibujaba la otra. Una párvula mano podía crear un imperio.

Conservo una imagen clara de las manos de mi papá, ásperas y fuertes, pero bien cuidadas. Mi papá trabajó por varios años como mecánico industrial. Cuando regresaba a la casa, después de una jornada eterna, yo me lanzaba a sus brazos con el entusiasmo de una novia. Nunca le vi las uñas sucias de grasa. Se las limpiaba con esmero cada día. “El cuidado de las manos es importante —nos decía—. La gente vive y muere por las manos. Las manos nos lo dan todo”.

Las prediccion­es de Flusser me mueven a considerar si el romance entre los dedos y las pantallas bastará para saciar nuestra necesidad de belleza y consuelo. Labrar, caligrafia­r, coser, esculpir, bordar. La danza silenciosa de las manos ahuyenta el griterío de las bestias y alivia el dolor que subyace bajo la superficie de los días. Pienso en Minerva Mirabal con las manos embadurnad­as de yeso, esculpiend­o de memoria la cara de su pequeña hija mientras estaba en la cárcel más temida de la dictadura de Trujillo. Pienso en la soledad del coronel Aureliano Buendía y en su espera dilatada de la muerte fabricando pescaditos de oro. Pienso en Violeta Parra bordando para no enloquecer durante el largo encierro al que se sometió por una enfermedad. Por aquellos días, recuerda su hija Isabel, “Violeta bordaba sobre cualquier material: ya fueran cortinas, sábanas, cubrecamas o manteles. No era extraño llegar a la casa y encontrar una ventana sin cortinas o una cama sin sábanas. Y era Violeta bordando”.

Todas las cosas bellas que el ser humano es capaz de crear con su manos precisan de voluntad, tiempo y constancia. Ya lo decía Antonio Machado: “Despacito y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”. Tengo cinco cuadernos de ejercicios recomendad­os para mejorar la escritura de niños de 10 años. Algunas noches, como una beata que dice sus oraciones antes de dormir, abro un cuaderno sobre mi mesa, sostengo el lápiz con decisión y copio las repeticion­es: “Hemos visto una bandada de perdices. El Caribe es azotado por huracanes. Vi llover en el valle desde mi balcón”. Cuando empecé a practicar podía tardar una hora completand­o los renglones de una sola página. Era frustrante. Escribir con letra ligada me exigía una gimnasia que había olvidado por completo. Mi mano se quedaba entumecida. En esos momentos procuraba recordar que la ansiedad no solo mata el amor. sorayda.peguero@gmail.com

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