Todas, todos, todes
EN NUESTRA LENGUA, TODOS COMO pronombre indefinido ha incluido a todos y a todas, cuando nos referimos o nos dirigimos a un grupo de personas.
Lo masculino es preponderante, históricamente.
Y es que el lenguaje, como casi ninguna otra creación humana, revela quiénes somos y cómo son nuestras sociedades y comunidades. El lenguaje familiar, oficial, jurídico, literario, científico, etc. El nuestro de ahora refleja la sociedad patriarcal, la sociedad creada desde hace siglos, en la que hay una preeminencia de lo masculino.
Hay que cambiar eso. Yo creo.
Que escritores, periodistas, jueces, maestros y todo el que diga o escriba algo se pongan en el trabajo, en la molestia de cambiar eso. La justificación es muy poderosa: millones de personas no se sienten incluidas. No se sienten identificadas. No se sienten convocadas ni tenidas en cuenta.
Imagine usted, como varoncito, que viviera en una comunidad y en una sociedad que no lo ve. Que no lo reconoce expresamente. Que, en beneficio de otros, en ocasiones lo excluye y lo hace invisible.
¿Jodido, no?
Pues hay que cambiar eso. Así nos dé trabajo. Así juzguemos, desde la posición de comodidad y privilegio que nos han dado los siglos, que no es necesario, que esas son pendejadas, que en todos están contenidas también todas, y por qué me voy a poner yo en el trabajo de cambiar eso. Esas son tonterías. Yo sé manejar muy bien mi idioma. Que se sigan conformando los demás o, mejor, ahí sí, las demás. Yo no voy a ceder un milímetro de mi comodidad.
Pues, ¡tienes que cambiar, viejito!
Hay que cambiar para que todos y todas estemos en igualdad. Para que seamos considerados y consideradas de la misma manera, para que seamos mirados y miradas con los mismos ojos y el mismo respeto. Tenemos que ponernos en eso. Ya mismo. Porque no es una puerilidad. Un cambio de esa magnitud en es trascendental porque cambia muchas cosas más. En todos los ámbitos. Va modificando todo, con los años. Y dirige el barco hacia una sociedad más igualitaria y justa.
Pero vamos más allá. Resulta que hay seres humanos que no quieren ser ni femeninos ni masculinos. Por lo menos no siempre o no exclusivamente. O, simplemente, no, nunca. Entonces, hay que encontrar la manera de incluirlos también. Entonces, hay que decir o escribir todes o todxs, para asegurarnos de que esas personas estén siendo consideradas, aludidas, invitadas. Tratadas con justicia.
Es que resulta que en el amor de una pareja, el amor carnal y el sentimental, bien puede ser que no existan los roles masculino y femenino, aquellos que la sociedad consideró siempre habituales o, peor, normales.
¿Quién ha dicho que una pareja homosexual, por ejemplo, está buscando reproducir necesariamente ese modelo?
Hay que hacer una sociedad a escala humana. La justicia, la clemencia, la generosidad y la solidaridad son el único chance que tenemos de sobrevivir como especie.
La falaz superioridad moral que se atribuyen tantos hombres —jueces, curas, gobernantes, padres, académicos, etc.— para enaltecer a unos y demeritar a otros seres humanos solo trae violencia y desesperanza. Solo oscurece el porvenir.
Trabajar en lo público me hizo anarquista.
Yo uso memes de “Los Simpson” en todos mis videos. Como comunicador, usar los símbolos que viven en la consciencia colectiva de mi cultura es vital para expresarme. No entender el meme como la partícula fundamental de las ideas, y que el lenguaje de los memes es maravilloso, es “sad”.
En Colombia hemos normalizado tanto discriminar, que ante los actos de discriminación de Amparo Grisales contra una mujer trans en televisión muchas personas contestaron con comentarios también discriminatorios que hacían alusión a la edad de la presentadora.
En las facultades de arquitectura deberían enseñar que las empleadas domésticas son personas y merecen harto más que un microcuarto sin ventanas en un rincón de la cocina con la ducha encima del inodoro. ¿Cómo llamarle a esto? ¿“Colonialidad doméstica” o derechamente “malparidez”?