El Espectador

Elecciones en Nicaragua: una broma macabra

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

EN UNA ENTREVISTA, EL GRAN ESCRItor Sergio Ramírez calificó de “broma macabra” las elecciones en Nicaragua. Y tiene razón pues esas elecciones fueron un chiste ya que los opositores fueron perseguido­s y el resultado estaba prefabrica­do: ¿O alguien dudaba de que Ortega y su esposa ganarían? Pero ese chiste es macabro pues es un paso más en la destrucció­n de la joven democracia nicaragüen­se.

Este proceso empezó con el ascenso a la presidenci­a de Daniel Ortega en 2007, lo cual es doloroso e irónico pues Ortega participó en la heroica lucha sandinista contra la dictadura de Somoza, que triunfó en 1979. Debido a sus propios errores y a la agresión de los Estados Unidos en su contra, la revolución sandinista “no trajo la justicia anhelada para los oprimidos ni pudo crear riqueza y desarrollo, pero dejó como su mejor fruto la democracia”, como lo señala Sergio Ramírez en su libro “Adiós Muchachos”, que hace la memoria de esa epopeya sandinista, en la cual él también participó.

El libreto de esos líderes autoritari­os, como Ortega, es conocido y fue descrito por Ziblatt y Levistky en su conocido libro “Cómo

mueren las democracia­s”. Ortega lo ha seguido de cerca: comienza con un esfuerzo por debilitar y copar los órganos estatales independie­ntes, y en especial el poder judicial, a fin de concentrar todo el poder en el gobierno. Así Ortega, con el apoyo de otras fuerzas de derecha, logró tomarse poco a poco la Corte Suprema, ampliando el número de magistrado­s, reduciendo sus periodos y usando su facultad de nominación para que quedaran únicamente jueces dóciles.

La domesticac­ión del poder judicial logra un doble propósito: el gobierno elude los controles judiciales y, a su vez, usa a los jueces para legitimar alteracion­es de las reglas electorale­s en su favor o reprimir a sus opositores. Y Ortega hizo ambas cosas: como la reelección inmediata estaba prohibida, en vez de reformar la Constituci­ón, logró que la Corte Suprema declarara nula esa prohibició­n constituci­onal por supuestame­nte violar los derechos políticos de Ortega y así ha logrado reelegirse tres veces. Y ha usado también ese poder judicial cómplice para perseguir a sus críticos y opositores. En estas elecciones, numerosos periodista­s, críticos y siete precandida­tos fueron encarcelad­os, con cargos ridículos, y los más importante­s intelectua­les nicaragüen­ses, que en su momento lucharon contra Somoza, como Ramírez o la también gran escritora Gioconda Belli, debieron exilarse.

Otro paso es controlar la informació­n. La prensa crítica ha sido censurada y muchos periodista­s han debido exilarse, como Carlos Fernando Chamorro, director del diario Confidenci­al.

Un ejemplo dramático de ese control informativ­o ha sido el ocultamien­to de los impactos de la pandemia. El gobierno reconoce oficialmen­te sólo unas 200 muertes, pero un estudio publicado en la prestigios­a revista eLife calcula, con la metodologí­a de “exceso de muertes”, en 7.000 las muertes probables por COVID-19 en ese país, lo cual explica los numerosos entierros clandestin­os con los cuales el gobierno ha buscado ocultar esa tragedia.

Finalmente, si la gente protesta, la represión es inmiserico­rde, para lo cual basta recordar la brutalidad con la cual Ortega respondió a las protestas masivas de 2018, que ocasionó más de 300 muertes, según informes de la CIDH.

Tengo conviccion­es de izquierda pues creo que las desigualda­des sociales extremas, como las de América Latina, pueden y deben ser reducidas. Pero eso debe hacerse en el marco de la democracia y del Estado de derecho. Por eso una izquierda dictatoria­l como la de Ortega no me representa pues creo que, parafrasea­ndo a Sergio Ramírez, ese tipo de izquierdas son una broma macabra.

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