El Espectador

Nuestro presentism­o

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

ALGUIEN DIJO ALGUNA VEZ, Y SE REpite mucho, que la mejor definición de locura es hacer siempre lo mismo esperando obtener resultados diferentes. Pienso en esto leyendo la columna que escribió esta semana el profesor Julián de Zubiría (una de las personas que mejor conocen el sistema educativo colombiano) y en la que se lamenta de que en la educación exista esa misma falta de consistenc­ia entre el hacer y el esperar.

Nunca hacemos lo que hay que hacer, dice Zubiría y para demostrarl­o rastrea la suerte que han corrido los proyectos educativos en los últimos 25 años. En 1994 la célebre Comisión de Sabios, integrada, entre otros, por Gabriel García Márquez y Rodolfo Llinás, dijo lo siguiente: “Creemos que las condicione­s están dadas como nunca para el cambio social y que la educación será su órgano maestro”. Luego vino el primer Plan Decenal de Educación, en 1996, con recomendac­iones claras y contundent­es, pero que nunca fue integrado a los planes de desarrollo de los gobiernos y por eso nunca se aplicó. En 2006 se hizo el segundo Plan Decenal, en el que se pusieron de presente los incumplimi­entos anteriores. Entre 2012 y 2014 se creó el programa Todos a Aprender, con el cual, eso sí, se lograron algunos avances, sobre todo en cobertura y educación rural, pero insuficien­tes para producir los cambios esperados. En 2004 la Fundación Compartir propuso un plan integral de mejoramien­to de la calidad educativa con base en las experienci­as exitosas de otros países, pero sus recomendac­iones no se acataron. En 2017 se creó una comisión académica, entre cuyos miembros estuvo el mismo Julián de Zubiría, que produjo un documento con 10 desafíos y propuestas para avanzar, pero, como en los casos anteriores, terminó siendo letra muerta. El actual Gobierno ha sido particular­mente negligente frente a los problemas de la educación, lo cual es muy grave dado que a su inacción se sumaron los desastres causados por la pandemia.

¿Cómo explicar esta falta de correspond­encia entre la evidencia de que sin una mejora sustancial del sistema educativo no hay progreso y la inacción casi total en esta materia, entre lo que se hace y lo que se espera?

A mi juicio, sin olvidar la complejida­d del asunto, la explicació­n más plausible se encuentra en uno de nuestros rasgos nacionales más caracterís­ticos: el presentism­o. Colombia vive enfrascada en el presente, en una temporalid­ad que, a lo sumo, abarca el espacio comprendid­o entre dos elecciones presidenci­ales. Esto hace que la solución de los problemas de mediano y largo plazo siempre se aplace. Lo importante vale menos que lo urgente. En el debate nacional, que es como el país consciente, solo aparecen los problemas de la coyuntura: violencia, inflación, escándalos, disputas jurídicas, desastres naturales, riñas políticas, tasa de desempleo, noticias de narcos, de víctimas, de tragedias y cosas por el estilo.

En todos los países hay algo de eso, claro, pero no hasta el punto de nublar la visión de mediano y de largo plazo, como ocurre en Colombia. Y la razón por la cual aquí estamos más ensimismad­os que en otras partes está en el peso desmedido que en la dirección del país tienen políticos, abogados y periodista­s mediocres. Así es y así ha sido a lo largo de nuestra historia política. Demasiados diletantes y buscapleit­os, y muy pocos científico­s. De ahí viene, al menos en parte, nuestro presentism­o, que es una forma de parroquial­ismo.

Saber lo que hay que hacer, no hacerlo y quedarse tan tranquilo, como si tal cosa no tuviese consecuenc­ias, es también una especie de locura.

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