Otra mancha humana
EL PENÚLTIMO EPISODIO EN LA VIDA de Bright Sheng parece novelesco, pero no es más que otro síntoma repulsivo de estos tiempos. A principios de septiembre, en la primera clase de un curso de composición musical en la Universidad de Michigan, el profesor Sheng presentó la película Otelo (1965), basada en la tragedia homónima de Shakespeare. En la película Laurence Olivier representa al moro y para darle mayor verosimilitud a su personaje se maquilla de negro, lo cual ha suscitado en la historia muchas controversias: pintarse la cara de negro tiene connotaciones racistas en los Estados Unidos ya que se asocia al blackface, una práctica propia de un género teatral que se extendió hasta principios del siglo XX donde los blancos se pintaban la cara de negro para burlarse de los negros. De manera que cuando Olivier apareció en la pantalla muchos estudiantes se indignaron y empezaron una pequeña cruzada.
Me acordé entonces de La mancha humana de Philip Roth, cuyo personaje central está basado, según Roth, en su amigo Melvin Tumin. Una tarde, en una de sus clases en la Universidad de Princeton, Tumin preguntó por dos alumnos que no se habían presentado en el semestre: “¿Alguien conoce a estas personas? ¿Existen o son fantasmas?”. (La palabra spooks puede significar en inglés “fantasmas” o “espías”, y también puede ser un insulto racial). Los alumnos ausentes eran negros. Al poco tiempo la universidad inició una investigación por un posible discurso de odio, del cual Tumin sería exonerado.
El profesor Sheng, recién se terminó la película, se disculpó con sus alumnos a través de un correo electrónico. En los siguientes días se disculpó con el departamento y dijo que solo había elegido Otelo por cuestiones intelectuales. Además reconoció que debía haber dado un contexto histórico. Ni las disculpas ni los argumentos fueron suficientes. El chat grupal de la clase ardía a diario y muchos seguían indignados. Olivia Cook, una de las estudiantes que vio escandalizada Otelo, le dijo a The Michigan Daily que “suponía que el salón de clases era un espacio seguro”. Un grupo de 33 estudiantes y nueve miembros del personal le enviaron una carta abierta al decano: exigían que la facultad retirara de inmediato al profesor Sheng.
El 1° de octubre el profesor Sheng se retiró voluntariamente de la clase, y la universidad inició a continuación un proceso disciplinario: se lo acusaba, entre otros cargos, de racista. En medio del proceso, del desgaste mediático, los miembros de un grupo de estudiantes por la igualdad social le enviaron una carta al decano de la Escuela de Música, Teatro y Danza retomando las palabras de Cook: “¿Seguro de qué? ¿De la complejidad emocional e intelectual del drama de Shakespeare? ¿De la cultura? ¿Del pensamiento? Una vez más se han privilegiado las quejas de los estudiantes mal instruidos, mal educados y desorientados”. (Yo, no sobra decir, habría firmado esa carta). El proceso al final terminó en menos de tres semanas: no había indicios de culpabilidad.
Ahora se anuncia que Bright Sheng volverá a dictar clases el próximo semestre. Pero su buen nombre ha sido manchado.