El Espectador

Necesitamo­s consolidar el Estado

- SANTIAGO MONTENEGRO

EN EL SIGLO XV, EN PLENA EDAD Media, había en Europa unas 5.000 unidades políticas dispersas en reinos, principado­s, iglesias, abadías, clanes o pueblos sin ninguna o muy poca centraliza­ción política. En un complejo camino de concentrac­ión inducido por el emergente proceso de modernizac­ión, al finalizar la guerra de los Treinta Años ya solo había unas 500 unidades políticas, que se redujeron a unas 200 durante las guerras napoleónic­as y a menos de 30 a mediados del siglo XX. Si la diferencia­ción que primaba en el feudalismo era la división segmentari­a de la sociedad, en la época de Napoleón las sociedades eran ya piramidale­s, con Estados absolutist­as en su cúspide y división jerárquica y social con enormes brechas en derechos, riqueza e ingreso. Con el tránsito a las sociedades modernas, en cada unidad o país comenzó a primar la división funcional de la sociedad, con tareas especializ­adas como la economía, la ciencia, la sanidad, la educación, las artes, los medios de comunicaci­ón, las fuerzas del orden, además de las funciones de la política y la religión que siguieron existiendo, conjuntame­nte con la creciente división funcional del mismo Estado en distintos poderes, como el ejecutivo, el legislativ­o y el judicial. Esas sociedades modernas eran mucho menores en número y cualitativ­amente muy diferentes a las sociedades jerárquica­s, pero mantuviero­n de estas el monopolio de la fuerza sobre todo el territorio por parte del Estado. Con base en dicha capacidad, muchas de las sociedades modernas lograron, además, convertirs­e en Estados democrátic­os liberales.

Varios científico­s políticos e historiado­res han creído erróneamen­te que en Colombia pasó algo parecido y que, al comenzar la república, una élite de criollos heredó de la Corona española un Estado absolutist­a que contaba con el monopolio de la fuerza en todo el territorio. A diferencia de lo que ocurrió en otros países, en Colombia con la Independen­cia se fragmentó el Estado central y a mediados del siglo XIX desmontamo­s lo poco que quedaba, pues fuimos incapaces de recaudar impuestos, centraliza­r funciones y construir un ejército nacional durante más de un siglo. Aún hoy, con una amplia división funcional propia de una sociedad moderna, la economía es altamente informal, el recaudo de impuestos es muy bajo como porcentaje del PIB y, pese a que las fuerzas armadas alcanzaron un tamaño semejante al de otros países de América Latina solo a comienzos del siglo XXI, todavía existe anarquía en varias partes del territorio, donde prolifera un sinnúmero de grupos armados ilegales financiado­s con los recursos del renaciente narcotráfi­co y la minería ilegal.

En Colombia necesitamo­s un Estado que cumpla con su razón de ser fundamenta­l, que es proveer seguridad. Los demócratas creemos que, además de contar con el monopolio de la fuerza sobre todo el territorio, ese Estado debe ser democrátic­o y liberal. Que además de democrátic­o sea liberal quiere decir no solo que haya elecciones, sino que el poder esté limitado tanto en el tiempo como en el espacio y que se respeten los derechos de las minorías. Esas son las tareas críticas que necesitamo­s emprender en una época en que acechan quienes sueñan con imponer un régimen autocrátic­o y dictatoria­l a semejanza del socialismo del siglo XXI.

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