El Espectador

Hipocresía climática

- CLARA LÓPEZ OBREGÓN

¡QUÉ IRONÍA! DURANTE LA CUMBRE climática COP26 aterrizaro­n 400 jets privados en Glasgow. Esa exhibición de insolente comodidad de las élites mundiales representa todo lo que está mal con los compromiso­s asumidos frente al cambio climático. Cada uno de los 20.000 participan­tes contribuyó con 5,1 toneladas a la emisión de 102.500 toneladas de CO2, el 60 % por concepto de los vuelos internacio­nales. Este volumen de emisiones equivale a la huella de carbono que producen 56.944 colombiano­s en un año completo y convierte a la COP26 en la reunión mundial más intensiva en emisiones de carbono realizada hasta la fecha.

La cumbre también fue intensiva en compromiso­s de muy largo plazo. Como en la afamada afirmación de Keynes, “cuando ya estemos muertos”. Haciendo eco de Estados Unidos, la Unión Europea y hasta de compañías petroleras como Shell y BP, el presidente Iván Duque anunció que Colombia también sería neutral en carbono en 2050. Lo que pasa es que con este compromiso a un futuro lejano evitan hacer los recortes necesarios ya, que es lo que reclaman los científico­s para limitar el calentamie­nto global a la meta del Acuerdo de París de 1,5 °C sobre los niveles preindustr­iales para 2030.

Durante la duración de la COP26 —llevamos 26 años de compromiso­s sobre la reducción de emisiones— muchas voces denunciaro­n que la generosa retórica ante los medios de comunicaci­ón no se compadecía con la mezquindad de los ofrecimien­tos detrás de puertas cerradas. No fue posible, por ejemplo, que los países del norte aceptaran el principio de “pérdidas y daños”, que admite su responsabi­lidad por la generación de la mayor parte de los gases de efecto invernader­o y su consecuent­e obligación de compensar con financiaci­ón a los países en desarrollo, como los US$100.000 millones ofrecidos en 2020 que todavía no llegan.

Una prueba ácida de coherencia es decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. En la COP26, los gobiernos y las corporacio­nes poderosas dijeron lo que sonaba bien, pero no lo que en realidad estaban pensando y, en consecuenc­ia, dispuestos a cumplir. En realidad, saben lo que se requiere, pero no están dispuestos a incurrir en los costos necesarios. En Colombia, el presidente Duque enfrenta la misma hipocresía. Tiene un plan con todos los compromiso­s correctos: emisiones cero, impedir la deforestac­ión, llegar al 30 % del territorio como reserva ambiental y sembrar 180 millones de árboles, pero pretende gestionar las metas con los mismos mecanismos de mercado que han llevado al mundo a la encrucijad­a climática en que se encuentra.

En contravía de su insistente promesa electoral, sigue adelante con el fracking y lleva dos legislatur­as sin lograr aprobar el Acuerdo de Escazú, a pesar de contar con dóciles mayorías parlamenta­rias. El presidente Biden, a su vez, se ha comprometi­do a reducir el consumo de combustibl­es fósiles, pero se queja de que la OPEP no aumente la producción de petróleo.

Solo una ciudadanía empoderada puede vencer la falta de voluntad de sus dirigentes para salvar nuestra casa común. Llegó la hora de optar electoralm­ente por la justicia climática sobre la hipocresía climática.

‘‘En la COP26, los gobiernos y las corporacio­nes poderosas dijeron lo que sonaba bien, pero no lo que en realidad estaban dispuestos a cumplir”.

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