El Espectador

Es que no definen

- LORENZO MADRIGAL

ESO DECÍA ALFONSO LÓPEZ MICHELsen cuando miraba, si acaso lo hacía, un partido de fútbol de nuestra selección o cuando le pedían opinión sobre nuestros jugadores: “Juegan bien, pero no definen”.

Hoy en día tal vez no diría lo mismo viendo los esfuerzos y los disparos al arco de un Luis Díaz o de Duván o del mismo James, a quien vemos de nuevo en la cancha. Cinco fechas llevamos sin anotar un gol, pero, aunque poco entiendo de fútbol, yo veo que el conato por hacerlo sí se muestra; tratan de definir sin lograrlo, qué lío.

Pero me parece que quienes no definen, a la fecha, sus posiciones son los políticos, precandida­tos a la Presidenci­a de la República, y de ellos estaría diciendo López más o menos lo mismo que dijera de nuestras figuras del balompié. Y a propósito, si él viviera, no estaríamos hablando del que dijo o no dijo Uribe, sino del que dijo o tiene aún en mente López (“si no es Barco, ¿quién?”, expresó finalmente).

Pero, claro, si cada uno piensa que puede ser el elegido es difícil que alguien abandone el escenario, como ya lo hizo el primero en lanzarse desde su columna periodísti­ca, el exvicepres­idente Humberto de la Calle. De muy fácil y elegante dicción, cierta flojera en las decisiones puede determinar el desamor que se le tiene: aguantarse el sirirí de Samper y quedarse en la Vicepresid­encia elegida popularmen­te hubiera sido, por ejemplo, el ideal; o no dejarse arrollar por la guerrilla en las negociacio­nes que adelantó por Santos recienteme­nte. No va él a reconocerl­o, pero algo de eso explica su escasa aceptación entre ese público del gran silencio. Lo cierto es que acepta que su opción no cuenta. Moderado y gran señor que sí es.

¿A qué tantos presidenci­ables? ¿Para qué sirven? Para ser embajadore­s o para contar con opciones permanente­s el día de mañana, quizás, quizás, quizás. Por el momento estorban, aunque constituye­n un muestrario valioso: la quiere agraciada y corajuda como pocas, ahí está María Fernanda; gerente eficaz y perseveran­te, pues Peñalosa; de apacible izquierda, tipo Mitterrand, Iván Marulanda; sin miedo ni fatiga, Federico Gutiérrez; de gran carisma, Sergio Fajardo y así. Perdónense las omisiones.

Todos miran, miramos, con pánico el avance cauteloso de Petro, que es la república cayendo en el abismo al que la atrae una socialanti­democracia, que se esparce por América. No todos piensan que el asunto es alternable, que es una opción que, si no gusta, puede luego sustituirs­e. ¡Eu, nos insensati! (¡qué locos fuimos!), grito de los equivocado­s en el juicio final. De ahí no se sale, como no se sale del madurismo ni del orteguismo. Pero la fuerza de esta corriente no está tan definida, como parece. No se la ha comparado todavía con otra aglomeraci­ón unívoca, producto de una selección obligada por la reducción a dos, que implica un repechaje.

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