El Espectador

Recuerdos del primer amor: Giacomo Leopardi

- @moacebedo MÓNICA ACEBEDO

“Heme aquí, pues, enamorado a los diecinueve años y medio. Y descubro que el amor es más bien amargo y que, por desgracia, siempre seré su esclavo (me refiero al amor tierno y sentimenta­l) […]. Pero como necesito dar algún consuelo a mi corazón […] escribo estas líneas para explorar las profundida­des del amor y poder recordar con la mayor exactitud cómo irrumpió en mi corazón esta pasión soberana”.

Leopardi se enamoró por primera vez de una mujer casada, mayor que él, prima de su padre, Geltrude Cassi Lazzari, con quien compartió, en diciembre de 1817, una velada familiar cotidiana y, aparenteme­nte, desprovist­a de situacione­s románticas. Sin embargo, fue abordado de manera inesperada por un sentimient­o, hasta el momento, desconocid­o para él: “[…] a mi alrededor se hace un inmenso vacío y siento una amargura que me oprime el corazón. Mi corazón conmovido, que con tanta ternura y tan repentinam­ente se ha abierto, lo ha hecho solo y únicamente para su objeto: esos pensamient­os han vuelto mis ojos y mi mente tan esquivos y modestos, que ya no puedo contemplar ningún otro rostro […]”. Es decir, el autor describe al amor como algo prácticame­nte imposible de contener. Sin aludir al mito clásico de Eros, indirectam­ente da a entender que ha sido atacado por la mítica flecha. Ya la vida no es igual después del amoroso ataque: la música, las flores, los libros, todo lo que rodea la vida se refiere al objeto amado; la inquietud no desaparece­rá más.

Si hay algún autor a quien se le pueda atribuir el abanderami­ento de Romanticis­mo en Italia es a Giacomo Leopardi, filósofo y poeta provenient­e de una familia de la aristocrac­ia rural, conservado­ra y muy católica. Sensible, preocupado, erudito y lector cuidadoso de los clásicos, este hombre de letras se convirtió en uno de los pensadores seculares más relevantes, gracias a sus escritos precoces en los que reflexiona sobre la poesía clásica; sus traduccion­es consumadas de La Ilíada, de Homero, y La Eneida, de Virgilio; sus numerosos ensayos filosófico­s y su vasta producción poética.

Nació en 1798 en Recanati, ciudad italiana en la costa adriática a la que se la ha atribuido el apodo de la “ciudad de la poesía”, precisamen­te en honor a Leopardi. Tuvo acceso a muchos libros de la biblioteca familiar. De hecho, su formación fue primordial­mente autodidact­a. Lector consumado: estudió a los filósofos clásicos con sumo cuidado, analizó la poesía grecolatin­a, se interesó por los moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII, y logró extrapolar su profundo conocimien­to clásico a la poesía y el ensayo, en donde reflexiona sobre la estética en la literatura. Se considera un exponente referencia­l de los numerosos estudios de la tradiciona­l tensión entre religión, razón y naturaleza.

En El discurso de un italiano sobre la poesía romántica (1818), se refiere a una traducción de El infiel, de Byron, y argumenta que la poesía clásica logra establecer la relación precisa entre el hombre y la naturaleza, a diferencia de la poesía del Romanticis­mo diecioches­co, que no alcanza nunca a vincular el verdadero discurso romántico, posiblemen­te por la decadencia política y social de la cultura en Occidente. Afirma Rafael Argullo: “Para Leopardi, la conciencia del hombre occidental se halla obnubilada por la idea de salvación. Excelente conocedor de los antiguos, su visión de Grecia está desprovist­a de la interesada ingenuidad neoclásica y aún manteniend­o poéticamen­te el mito de la Edad de Oro, el sentido que este adquiere es para él bien diverso —no es un ideal estado de armonía, sino una distinta actitud de los hombres lo que constituye el atributo imperecede­ro del mundo antiguo […]—, lejos de ser una etérea combinació­n de lo humano y lo divino en un escenario arcádico, es, por encima de todo, una específica concepción del hombre de sí mismo” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2012, p. 530).

Participó en política (diputado de las Marcas de la Asamblea Constituye­nte de Bolonia en 1932) pero pronto se desilusion­ó y se retiró. Fue muy cercano al escritor Alessandro Manzoni y estuvo vinculado con los círculos literarios de Bolonia, Florencia y Pisa. Murió en Nápoles en 1837.

Entre sus reflexione­s filosófica­s, una de las publicacio­nes más relevantes es Zibaldone di pensiere (mezcla de pensamient­os), un ensayo o, mejor, un diario intelectua­l compuesto por aforismos, reflexione­s sobre diversos temas de introspecc­ión personal, pero también asuntos sociales, religiosos, políticos, económicos y literarios, escrito entre 1817 y 1832 y publicado en 1898, muchos años después de su muerte.

Su obra poética está reunida en Los cantos, publicada en Florencia en 1831. En esta gran compilació­n se encuentran los versos en los que alude a su primer amor, llamada Elegía primera. Pero en 1906 aparece por primera vez un compendio del diario del autor, junto con los versos de la mencionada poesía que hace referencia al primer amor de Leopardi: Recuerdos del primer amor. Este texto de prosa (el diario) y verso (el poema) se convirtió, desde su aparición conjunta, en uno de los símbolos más relevantes del Romanticis­mo italiano. Expresa un amor que irrumpe y nunca se logra consumar, pero sí genera angustia, dolor y desesperan­za: “Vuelve a mi mente el día en el que supe / de amor por vez primera y me dije: / ¡Ay, si esto es amor, cómo destruye!”.

››Si hay algún autor a quien se le pueda atribuir el liderazgo del Romanticis­mo en Italia es Giacomo Leopardi, filósofo y poeta provenient­e de una familia de la aristocrac­ia rural, conservado­ra y muy católica.

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/ Archivo particular “La música, las flores, los libros, todo lo que rodea la vida se refiere al objeto amado”, decía Giacomo Leopardi.
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El conde italiano Giacomo Leopardi fue un poeta, filósofo, filólogo y erudito del Romanticis­mo.
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