El Espectador

Bolivia y sus eternos conflictos sociales

Bolivia es un país difícil de entender, porque no tiene un proyecto de Estado con capacidad de atenuar los recurrente­s conflictos sociales, que se recrudecie­ron en noviembre en las calles.

- JOSÉ ORLANDO PERALTA* Latinoamér­ica21

A principios de noviembre varios comités cívicos, gremialist­as, transporti­stas y universida­d pública, entre otras organizaci­ones, iniciaron un paro en el departamen­to de Santa Cruz en rechazo a una norma que pretendía aumentar el control policíaco y el centralism­o político. Este conflicto es el resultado de las dificultad­es del gobierno del MAS para generar consensos en una sociedad donde los gobiernos regionales, las clases sociales y los colectivos indígenas (principalm­ente del oriente boliviano) no han podido encontrar un terreno común para resolver sus fracturas históricas con el Estado.

Mientras el oficialism­o ve permanente­mente fantasmas y se enroca en la falaz teoría del golpe de Estado, gran parte de la oposición reproduce un discurso político en línea con el anticomuni­smo macartista. Los permanente­s conflictos, conectados a problemas estructura­les no resueltos, están vinculados al propio Estado. Y es que el Estado boliviano actúa en función de los intereses de la fuerza política de turno. Este es un síntoma de que el Estado en Bolivia es un mero instrument­o de poder, lo cual genera desconfian­za en la ciudadanía. A un año de la asunción de Luis Arce, existe una dimensión estructura­l y otra coyuntural para explicar la crisis política boliviana que se ha intensific­ado en el último mes.

Conflictos en el tiempo (coyuntural)

El MAS ha sido la primera fuerza política en las elecciones nacionales y subnaciona­les del 2020 y 2021, y predomina en el ámbito territoria­l. Sin embargo, ha perdido su hegemonía política a escala nacional. Por ello, el gobierno tiene dificultad­es para establecer una articulaci­ón política entre el Estado y la mayor parte de la sociedad civil boliviana, compuesta por sectores populaPlur­inacional res y clases medias no afines al gobierno, para dirigir el país con un marco de ideas que contemple a toda la sociedad. Esto ha llevado a que cuando el MAS intenta imponer sus posturas estallen los conflictos sociopolít­icos.

La crisis política que se vivió en el país en la primera quincena de noviembre, que se expresó en un paro multisecto­rial y bloqueos de calles, fue incentivad­o por la pretensión del gobierno de establecer una arquitectu­ra normativa en nombre de la “Estrategia nacional de lucha contra la legitimaci­ón de ganancias ilícitas y el financiami­ento del terrorismo”. Una medida que, en caso de continuar, podría haber afectado a diversos sectores populares informales, clases medias y empresario­s, porque todo movimiento de dinero, más allá de la cantidad, puede ser considerad­o sospechoso de ser ilegal, lo cual ha provocado cierta incertidum­bre.

Ante esta realidad, el MAS ha señalado a una única organizaci­ón social de ser la principal responsabl­e de intentar desestabil­izar políticame­nte el gobierno de Arce: el Comité Cívico de Santa Cruz. De esta manera, el oficialism­o simplifica intenciona­lmente la dimensión coyuntural del conflicto por convenienc­ia ideológica y limita las posibilida­des de establecer un espacio de deliberaci­ón y entendimie­nto entre el gobierno nacional y los sectores movilizado­s.

Dimensión estructura­l

Bolivia tiene, a grandes rasgos, tres contradicc­iones o fracturas estructura­les que hasta ahora el Estado no ha podido resolver, a pesar de tener una Constituci­ón Política aprobada en 2009 que, de acuerdo con el relato del MAS, sería la panacea para solucionar todos los conflictos históricos: el étnico-cultural, el políticoes­pacial y el de la diferencia de clases sociales, responsabl­es de problemas profundame­nte arraigados en la sociedad boliviana como el racismo, el centralism­o político, el regionalis­mo, la exclusión social y la desconfian­za en la representa­ción política.

Según el Latinobaró­metro 2010, un año después de aprobada la Constituci­ón Política del Estado Plurinacio­nal (2009), la confianza en los partidos llegó al 17 %. Una década después, según el mismo índice, el apoyo ha disminuido un punto. Sin embargo, la gran desconfian­za hacia los partidos políticos en Bolivia no ha afectado la participac­ión ciudadana, que en los comicios generales de 2020 fue de casi nueve de cada diez votantes, con un apoyo electoral al MAS del 55 %.

A modo de conjetura, esta contradicc­ión se debe a que los votantes apoyaron al partido ganador en busca de certidumbr­e política y con la esperanza de superar la crisis económica tras un año pandemia y una administra­ción transitori­a (Jeanine Áñez) plagada de políticas erradas, corrupción y turbulenci­as políticas. No obstante, la discordanc­ia entre representa­ntes y representa­dos manifiesta en la desconfian­za hacia los partidos políticos no deja de ser preocupant­e.

Bolivia es un país difícil de entender, porque no tiene un proyecto de Estado con capacidad de atenuar los recurrente­s conflictos sociales. Los intereses corporativ­os de los partidos están por encima del interés público. Las emociones populistas y mezquindad­es sectoriale­s son moneda corriente, lo cual erosiona cualquier proceso político que tenga el objetivo de fortalecer el rol del Estado como garante del cumplimien­to de las reglas de juego y evite su comportami­ento intimidato­rio de la vida privada y los derechos ciudadanos.

Esto ha quedado en evidencia con los conflictos en las calles bolivianas en la primera quincena de noviembre.

*Politólogo y miembro del Centro de Investigac­ión Política de la Facultad de Derecho de la U. Autónoma Gabriel René Moreno (Santa Cruz de la Sierra).

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tiene, a grandes rasgos, tres contradicc­iones o fracturas estructura­les que hasta ahora el Estado no ha podido resolver, a pesar de algunos intentos.

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/ AFP Bolivia ha sido escenario de marchas en contra y a favor del gobierno.
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