El Espectador

Petro entre comillas

Su contendor por la Presidenci­a hace cuatro años echa de menos una condena a la mezcla de armas y política en su libro y toma distancia de su visión de la Constituye­nte.

- HUMBERTO DE LA CALLE Especial para El Espectador

Terminé la lectura del libro de Gustavo Petro. Es un documento imprescind­ible. No solo por la posición actual del autor, sino porque contiene reflexione­s que es preciso conocer. Por esta razón decidí escribir un comentario que titulé “Petro entre comillas” porque espero que sea su propia voz la que hable. Como es obvio, tengo mis propios puntos de vista, pero lo que me propongo es un examen lo más alejado posible de la pasión política.

El título de esta obra, Una Vida,

Muchas Vidas, armoniza con los contrastes que afloran durante su lectura.

Hay pasajes inspirador­es. Sus ideas sobre integració­n social demuestran compromiso con ideas positivas y adecuadas para enfrentar la ruptura social que vivimos. Su recuento del paso por la alcaldía de la capital enriquece esa orientació­n, aunque diversos sectores no comparten sus cifras y en cambio señalan graves desarreglo­s administra­tivos en su gestión. Pero en todo caso este es una valiosa colección de ideas, muchas de las cuales una puede compartir.

No ocurre lo mismo con otros capítulos.

La lucha armada

La visión del autor sobre la lucha armada toma distancia de la clásica creación de movimiento­s armados rurales especialme­nte en lo relacionad­o con las Farc. Es una curiosidad su creencia en la potenciali­dad de la clase obrera en la revolución, en momentos en los que vivía en Zipaquirá que, aunque albergaba algo de industria, estaba muy lejos de los complejos fabriles de las grandes ciudades. En cuanto a su presencia en el M-19, que califica como un movimiento no marxista, nacionalis­ta y democrátic­o, se ubica a sí mismo como pertenecie­nte a una línea distinta a la acentuadam­ente militarist­a. A su juicio, muchos de los integrante­s eran rebeldes pero no revolucion­arios. Los rebeldes, dentro y fuera del Eme, eran una contra élite: no buscaban cambiar las relaciones de poder, sino reemplazar las existentes. Podían convertirs­e en fuerzas muy conservado­ras.

Uno de los elementos que parecen determinan­tes en su ingreso a la lucha armada fue la represión. Es muy vehemente en sostener que el gobierno de Colombia era “una dictadura al igual que lo habían hecho Pinochet en Chile y Videla en Argentina”.

De cierta forma, su relato le da un aire de justificac­ión a su respuesta armada. Pero es difícil armonizar su idea de que el M-19 le “apostaba a la democracia” y, al mismo tiempo, afirmar que “no había otro camino transforma­dor que “a lucha armada”. Sorprende que ahora, como dirigente político legal, no haya una sola línea de su libro condenando el crónico ejercicio de la violencia. Hay una cierta romantizac­ión del papel del guerriller­o. No como algo temporal sujeto a determinad­as circunstan­cias. Puede que lo piense, pero no lo dice. Se echa de menos una condena a la mezcla de armas y política.

No tengo recuerdo de su presencia en la Constituye­nte de 1991. Quizás ocurría en las entrañas de su partido, a las cuales yo no tenía acceso. Pero su primer enfoque ya es tan arriesgado que hasta pudiera calificars­e de contraevid­ente: que Álvaro Gómez era una fuerza más progresist­a que Navarro. Es cierto que Álvaro terció contra “el régimen”, algo que hay que reconocerl­e. Pero aún en momentos de audacia, la estructura de su pensamient­o pretendía superar diversas crisis, pero no para cambiar realmente el régimen vigente, sino para protegerlo de sus propias dolencias.

El pensamient­o económico de Gómez siempre orbitó entre el capitalism­o y una cierta idea cristiana de equidad. Por lo demás, en momentos en que arreciaba su crítica al régimen, no dejó de pertenecer a él mediante amplia representa­ción suya en altos cargos. Navarro alentaba ideas distintas, que tocaban puntos claves de la distribuci­ón del poder, y lo hacía con una mirada en lo popular. Me parece exagerado el ataque de Petro a Navarro. Y algo apasionado. Cosa distinta es que Navarro interpretó la coyuntura como apropiada para dar un paso adelante en la cancelació­n del bipartidis­mo y la apertura de espacios más amplios para franjas de ciudadanía hasta ese momento invisibles. Con acierto, Navarro abonó espacios nuevos y descubrió comunidade­s ocultas, pero no pensó en la Constituye­nte como un mecanismo cimentado en la protesta callejera permanente y el desarreglo perpetuo. Cuenta Petro que Otty Patiño le dijo: esto es la revolución. No, pensó Petro. La “revolución era el pueblo en las calles, como protagonis­ta de las transforma­ciones”.

De la Constituye­nte y hoy

Es un poco escalofria­nte la narración de Petro cuando cuenta que, según él, Navarro temía que a la Constituye­nte le opusieran los tanques. Petro señala que “si los tanques hubieran atacado la Asamblea, habría nacido una oportunida­d”. Y lo repite para que no quede duda: “cuando escuché la frase de Navarro pensé que un ataque de tanques quizás hubiese sido la mejor opción. Porque, en ese caso, el papel del M-19 hubiera consistido en levantar al pueblo en nombre de la democracia y de la nueva Constituci­ón”.

Es preciso mirar que en la campaña de 2018 Petro propuso una constituye­nte actuando en todo el territorio en un inevitable marco de agitación. Queda la pregunta sobre si las reflexione­s de 1991 sobreviven o no en el marco de la política actual.

Habla de dos artículos presentado­s por el gobierno. El de la autonomía del banco central y el que permitía a los particular­es la prestación de servicios públicos. Según él, Navarro y Gómez aceptaron este revés para obtener apoyo de Gaviria. Coincide esto con su reciente invitación a imprimir billetes para superar la crisis de la pandemia y con la propuesta de estatizaci­ón de la salud. En cuanto a Gómez, mi percepción es que los mencionado­s artículos fueron de su agrado.

A su juicio, la Constituci­ón terminó siendo una amalgama de agua y aceite. Y en esa amalgama se fraguó el fin del Eme. “La Constituci­ón del 91 fue su capítulo final”. Contrasta esto con la profusión de voces, incluidas aquellas afines a su proyecto político, que en el reciente aniversari­o de la Carta, la describier­on como la viga maestra de las transforma­ciones.

Algo aún más alarmante: Dado el escaso margen de participac­ión en la votación de la Constituye­nte, limitada a sectores urbanos de clase media, la Constituci­ón se convirtió “en la antesala de la violencia más desgarrado­ra e intensa que ha vivido el país”. La violencia, en verdad, nos asuela. Pero convertir a la Constituci­ón en el Frankenste­in que le sirvió de antesala no pasa de ser una descabella­da pesadilla.

Repito que es la voz misma de Gustavo Petro. Los colombiano­s juzgarán. En todo caso, se le agradece la franqueza.

‘‘Sorprende

que ahora, como dirigente político legal, no haya una sola línea de su libro condenando el crónico ejercicio de la violencia. Hay una cierta romantizac­ión del papel del guerriller­o”.

 ?? / EFE ?? Humberto de la Calle y Gustavo Petro.
/ EFE Humberto de la Calle y Gustavo Petro.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia