Fatiga de material…
AL PRINCIPIO DE ESTE GOBIERNO, LE prometí al lector —de manera más bien desapacible— un escándalo quincenal.
Pues me quedé corto. Cortísimo. En este par de semanas no más ha habido varios, desde la celebración nazi por parte de un coronel de la Policía en Tuluá (con el chucu-chucu de Rodolfo Aicardi de fondo) hasta el descubrimiento del plagio de la tesis de maestría de la presidenta de la Cámara.
La manera en que los personeros del Gobierno y su partido explican estos eventos es, en sí, aun otro escándalo. Por ejemplo, ante la rumba nazi-tulueña respondieron diciendo que las personas que se rasgaban las vestiduras por ello habían guardado silencio frente a X o Y crimen. No condonar crímenes de nadie es un importante principio, más aún en nuestro contexto. Pero, aunque asombre y admire la consistencia de tantas voces sin una clara coordinación a la hora de adoptar esta línea de defensa, su contenido —la trivialización y normalización del horror nazi— produce otro sentimiento: aprehensión.
Hasta que un par de embajadas con peso específico hablaron con claridad y fuerza, y se les acabó la fiesta. Buena lección para la llamada comunidad internacional sobre cómo lidiar con estas gentes y acciones. Como fuere, la terneza para con Hitler y sus cositas —y la consiguiente indignación de las embajadas— hizo olvidar que hacía unos pocos días el ministro de Defensa intempestivamente declaró a Irán, un país con el que tenemos relaciones diplomáticas, “enemigo”.
Una trayectoria semejante ha recorrido el tema del plagio (que a su vez sepulta otros escándalos relacionados con el mismo personaje y sus asociados). La evidencia parece contundente; estas no son cosas que den para mucha especulación. Sin embargo, cuando le preguntaron en Noticias Caracol a Óscar Iván Zuluaga, recién ungido candidato presidencial del Centro Democrático, qué opinaba sobre el tema, contestó invocando el debido proceso. Esta respuesta sale de la misma persona que produce denuncias temerarias a diestra y siniestra y que sostiene de manera fantasiosa que le robaron las elecciones, sin aportar una sola prueba que merezca ese nombre (no hablemos ya de las acusaciones creíbles sobre el comportamiento de Zuluaga en esas mismas votaciones).
Por supuesto, el debido proceso es un avance civilizatorio fundamental y hay que respetarlo. Pero ello no implica el reemplazo leguleyo de la política y de la ética pública por las decisiones judiciales. A mí me da la impresión de que lo que estos políticos quieren es que pase el tiempo, quizás amparados en la certeza de que surgirán otras tormentas que absorberán la atención de la opinión pública. Los encartados de hoy pueden sostenerse duro, porque saben que los de mañana les quitarán un poco de presión.
Vale la pena preguntarse qué tan original y qué tan astuta es esta estrategia. Ya en la década de 1980, con un Partido Liberal dominante electoralmente y ultranarcotizado, veíamos algo análogo. Parte del equipo directivo actual proviene de esa experiencia, pero pienso que ahora ha escalado en audacia, capacidad y técnica. Así que en este caso algo de originalidad sí hay. En cuanto a astucia, la respuesta tampoco es rectilínea. Esa manipulación y esa capacidad de espera —amparada en la pura frecuencia de la transgresión, pero también en la cooptación de organismos de control, etc.— les han permitido a muchos personajes oscuros salirse con la suya. Sin embargo, el efecto de desgaste sobre las instituciones es mayúsculo.
Un viejo principio con respecto del Estado es que la puesta en escena es fundamental para su viabilidad. De allí la expresión “majestad del Estado”. De allí que ciertos magistrados usen togas. Lo que ha hecho el actual equipo dirigente es aplastar de manera inmisericorde y continua esa idea de majestad.