S.O.S. indígena desde la Sierra Nevada
EL ARTÍCULO DE RAMÓN TORRES GAlarza publicado hace poco por El Espectador nos hizo descender de las declaraciones grandilocuentes de la cumbre de Glasgow y los solemnes acuerdos incumplidos sobre el cambio climático a la trágica realidad del pueblo arhuaco. Una realidad emblemática del infortunio que viven las poblaciones originarias en nuestra América por el despojo, la persecución y la violencia que afectan su existencia y atentan contra la naturaleza.
El trabajo de Torres Galarza es un grito desde la Sierra Nevada dirigido al mundo entero, pero ante todo al Estado colombiano. El texto desnuda la incapacidad y aun la complicidad de las autoridades ante la ocupación y explotación indebida de territorios ancestrales de los arhuacos, con desprecio de sus derechos, su integridad cultural, ambiental y social, así como de su identidad y su espiritualidad.
Un enjambre de intereses empresariales y criminales, incluyendo los de grupos armados y narcotraficantes, ha ocasionado que aquel pueblo esté reducido a la tercera parte de su territorio original. Es un retrato en pequeño de lo que sufren muchos pueblos indígenas por los abusos que generan su gradual desaparición, sumados a las calamidades derivadas de la explotación desenfrenada de los recursos naturales.
Si hechos como los señalados por Torres Galarza ocurren en pleno siglo XXI, ¿qué decir de las grandes incógnitas que el cambio climático plantea a escala global, como el necesario pero utópico fin del petróleo?
Prácticamente todos los expertos opinan que si la humanidad quiere sobrevivir deberá renunciar desde ahora al uso de los combustibles fósiles, principales causantes de elevar la temperatura del planeta. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) advirtió hace tiempo que el mundo debe desistir de cualquier nuevo proyecto de explotación de gas o petróleo y limitar los que están en operación para moderar la temperatura de la Tierra, cuyo aumento es la mayor amenaza que enfrenta nuestra especie.
Según la AIE, más de la mitad de las reservas existentes de petróleo y gas deberían permanecer bajo tierra y las industrias que las explotan tendrían que abstenerse de realizar nuevas inversiones, para aliviar la enfermedad mortal que está provocando la destrucción del planeta. El problema es que no se ve todavía una acción efectiva de los países productores y las empresas que se enriquecen con los hidrocarburos y la fabricación de los vehículos que los consumen.
La aparición de los vehículos eléctricos proyectó un rayo de esperanza sobre el sombrío panorama que ofrece el planeta, pero es un rayo muy débil. Se calcula que al terminar este año habrá en el mundo unos 16 millones de vehículos eléctricos, cifra que no llega ni al 2 % de los 1.400 millones que circulan hoy.
Los gobiernos no parecen estar listos para tomar medidas que acaben con la pesadilla del calentamiento global. Algunos, como China, Australia y Rusia, no han fijado metas viables para limitar las emisiones. Otros, como India, no han renunciado al carbón. Muchos, como Colombia, prometen reducir las emisiones, pero no se sabe cómo lo harán. Y las personas están menos dispuestas a aceptar sacrificios tan elementales como bajarse del automóvil. ¿Cómo esperar que lo hagan si ni siquiera hay conciencia en los Estados y los ciudadanos para impedir atropellos como el que presenciamos en la Sierra Nevada?