El Espectador

La verdad os hará libres, no la censura

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LA MANERA DE PROTEGER EL BUEN nombre y la honra de los sacerdotes de Colombia no es buscando censurar periodista­s. Por tercera vez, Juan Pablo Barrientos, quien ha encabezado las investigac­iones sobre pederastia en la Iglesia católica nacional, triunfó en los tribunales ante los insistente­s intentos por silenciarl­o. Responder a las denuncias con acciones de tutela y acoso judicial envía un mensaje que revela ecos históricos preocupant­es: lo que buscan es la impunidad, no que se aclaren los graves hechos que se han puesto sobre la mesa.

Negar los casos de pederastia, con todo lo que sabemos, es insistir en una táctica que ha causado mucho dolor. Durante décadas, el modus operandi de los miembros de la Iglesia católica, aquí y en el resto del mundo, fue el mismo. Cuando se conocía que sacerdotes o personas que trabajaban en la Iglesia habían utilizado su poder para cometer actos de violencia sexual, la actitud era negarlo todo y buscar las herramient­as para silenciar las denuncias. Gracias al poder adquirido, eran exitosos. Por años las víctimas fueron estigmatiz­adas y abandonada­s a su suerte.

Hace unos meses, una investigac­ión en Francia encontró que más de 200.000 niños, niñas y adolescent­es sufrieron violencia sexual por sacerdotes y trabajador­es de la Iglesia. Esto, a lo largo de 70 años en los que se usaron todas las estrategia­s para que los casos no vieran la luz del día. Por lo ocurrido, el papa Francisco, en un cambio de actitud necesario, fue contundent­e: “Es la hora de la vergüenza. Mi vergüenza, nuestra vergüenza, es por la incapacida­d de la Iglesia de poner (a las víctimas) en el centro de sus preocupaci­ones”.

Pese a esto, la vergüenza vaticana no parece haber aterrizado en Colombia, pues la informació­n sobre abusos de la Iglesia sigue siendo precaria, y la poca que hay es recibida con hostilidad y acoso judicial.

En 2019, Barrientos publicó el libro Dejad que los niños

vengan a mí, sobre los abusos de miembros de la Iglesia católica en Colombia. Por eso recibió una doble dosis de estigmatiz­ación, rechazo social, amenazas y presión inusitada en los estrados judiciales. Ahora, este año, lanzó Este

es el cordero de Dios. El libro comprende una investigac­ión periodísti­ca de más de un año sobre una denuncia angustiant­e. Se trata de un joven abusado sexualment­e y obligado a prostituir­se por 38 sacerdotes.

La respuesta, de nuevo, fue buscar silenciarl­o en los estrados judiciales; pero Barrientos mostró que existe una denuncia penal del abuso, hizo la debida diligencia y se trata de hechos que no han sido investigad­os por las autoridade­s como es debido. Por eso, pese a tener tres tutelas encima, las decisiones han sido positivas para el libro. Era lo debido: en Colombia no puede existir la censura y desaparici­ón de publicacio­nes solo porque incomodan.

Como pasa en tantos otros aspectos de la vida nacional, la impunidad es la norma. Cuando esa es la realidad, la verdad judicial no puede ser la única válida. Lo que necesitamo­s son más investigac­iones, más informació­n y sobre todo más respeto por las víctimas. Mientras se sigan escondiend­o los casos no puede haber un proceso de justicia y reparación. Es hora de la vergüenza, sí, pero sobre todo es hora de la responsabi­lidad.

‘‘El

acoso judicial para negar los casos de pederastia en la Iglesia católica es insistir en una táctica que ha causado mucho dolor. La vergüenza vaticana no aterriza aún en Colombia”.

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