El Espectador

Presos y expresiden­tes

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

POR ESTOS DÍAS CAYÓ EN MIS MANOS un libro de Jesús Abad Colorado con fotos de presos colombiano­s. El libro empieza con la siguiente frase de Nelson Mandela: “Para saber realmente cómo es una nación hay que conocer sus cárceles, pues una sociedad no debe ser juzgada por el modo en que trata a sus ciudadanos de más alto rango, sino por la manera como trata a los de más bajo”.

Las fotografía­s le dan fuerza a la frase de Mandela: en ellas se capta la vida de los reclusos, en su tragedia apacible de cuerpos ociosos, en su soledad llena de gente, en las noches sin intimidad, en los cuerpos amontonado­s, en las familias escindidas, en las sonrisas tristes, en la terrible homogeneid­ad racial y social del conjunto humano, y en la inhumanida­d envolvente de todo el sistema carcelario. En ninguna de esas cárceles hay uniformes, ni comedores, ni celdas individual­es, ni espacio para respirar aire puro. Se parecen a las prisiones medievales en las que no solo se castigaba el alma (la libertad) sino también el cuerpo.

La indolencia de la sociedad colombiana con los presos (con los perdedores, en general) dice mucho, como sugiere Mandela, de nuestra sociedad y en particular de nuestra clase dirigente. Pero también creo que a la frase de Mandela se le puede dar la vuelta para que diga justo lo opuesto: “Para saber cómo es una nación hay que conocer también a sus dirigentes y en particular a los de más alto rango”. Esto me lleva a pensar, ahora que estamos viendo lo que pasa en la contienda electoral, en los expresiden­tes de Colombia, ese grupo minúsculo y parroquial de privilegia­dos que, pensando en la frase de Mandela, también refleja lo que es nuestra clase política y nuestra sociedad.

En las democracia­s estables los jefes de Estado que terminan sus mandatos se retiran. Algunos se dedican a promover proyectos sociales, ecológicos, científico­s o de beneficenc­ia, otros escriben sus memorias, se dedican a la pintura o a la jardinería. En Colombia, en cambio, los expresiden­tes no se jubilan; siguen en lo mismo, como si estuvieran convencido­s de que sin ellos el país se derrumba. Siempre me dio algo de risa lo que decían los periodista­s del expresiden­te López Michelsen: “Cuando habla, pone a pensar al país”. Muchos expresiden­tes dilapidan el poco capital político que les dejó su gobierno, involucrán­dose en el debate nacional y tomando partido por grupos o personas. Otros, peor aún, nunca dejan la política electoral, lo cual demuestra que era allí, no en la jefatura del Estado, donde estaba su verdadera vocación. Tal vez por eso nunca consiguen un reconocimi­ento superior al de jefes políticos (iba a decir caudillos), lo cual, además, explica el hecho de que no se retiren nunca.

Claro, también hay excepcione­s. El presidente Belisario Betancur se retiró a sus libros de poesía, el presidente Barco se enfermó y es posible que Juan Manuel Santos vaya (¿gracias al Nobel?) por el mismo camino de Belisario, aunque con menos versos.

Pero, como digo, son excepcione­s. La gran mayoría de los expresiden­tes colombiano­s (desde Bolívar) se han creído indispensa­bles, lo cual evidencia cierta actitud monárquica, reiterada por la intención que muchos han tenido, y han hecho realidad, de que sus hijos sean tan presidente­s como ellos. Todo esto habla también del tipo de sociedad que tenemos.

Tal vez Nelson Mandela, pensando en Joseph de Maistre, creía que cada país tiene los gobernante­s que se merece. Pero yo quiero ser un poco más optimista y decir que los colombiano­s nos merecemos mejores gobernante­s y mejores expresiden­tes, y que, con la misma lógica, nos merecemos mejores cárceles.

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