El Espectador

Neocomunis­mo

- CATALINA URIBE RINCÓN

LA ESTRATEGIA DE COMUNICAci­ón del uribismo en tiempos de campaña no es para nadie un secreto. Meses antes de las elecciones empieza la cruzada del miedo que pone a la izquierda como el enemigo último. Con las Farc ganó Uribe dos veces y Santos una, con Petro ganó Duque. Pero, como el proceso de paz sigue y la competenci­a del centro le quitó fuerza a Petro, se hizo necesario fortalecer al temible antagonist­a. Y así, con la astucia que lo caracteriz­a, Álvaro Uribe reconstruy­ó a su adversario con un nuevo y atractivo concepto: el neocomunis­mo.

El término “neocomunis­mo” tiene varios elementos comunicati­vos que lo hacen simplement­e brillante. Primero, se enmarca en un contexto de pandemia global, en donde las variantes de males tienen eco diario en los medios. Estamos expuestos cada cierto tiempo a una nueva variante del coronaviru­s: la nueva delta, la nueva ómicron, la nueva mu, que era la nuestra y muchos ni se enteraron. En su intervenci­ón, Uribe presentó el neocomunis­mo como una variante nueva de la temible y sigilosa amenaza comunista que nos acecha sin respiro. En otras palabras, introdujo el término dentro de un contexto de lenguaje cargado de asociacion­es negativas, incluso mortales, y a las cuales se les hace propaganda diaria y gratis.

Segundo, cuando usó el término neocomunis­mo, Uribe lo acompañó de superlativ­os. Su declaració­n incluyó afirmacion­es como: Petro es “el líder más inteligent­e” que producirá “el peor comunismo de toda la región”. Añadió, además, que “el maestro no fue Chávez, fue Petro”. Petro, nos sugiere Uribe, es en realidad una variante “madre” del virus. Es el virus que está en la raíz, una raíz en superlativ­o. Y aunque los superlativ­os son generalmen­te falaces, calan muy bien en audiencias acostumbra­das a evaluar en extremos. Estamos en el país en el que demasiado no significa exceso, donde todos son doctores o donde cualquiera es “el más”: el más bacán, el más berraco o simplement­e “la más”.

Por último, el “neocomunis­mo” del “más inteligent­e” se enmarca en la retórica del miedo. El uso del miedo atrae a líderes políticos y propagandi­stas por la reacción que produce en las audiencias. El miedo nos hace sufrir por algo grave y malo que está a punto de ocurrir, pero que no ha ocurrido. La espera hace que la fijación y la paranoia aumenten la dimensión y el tamaño de la amenaza. Los males, dicen por ahí, son a veces más grandes de lejos que de cerca. De ahí las estampidas, las acumulacio­nes de papel higiénico y, por qué no, votar para salvarnos la vida.

¿Qué hacer entonces con el neocomunis­mo? En su libro No pienses en un elefante, George Lakoff habla de la destreza de los conservado­res en acuñar términos persuasivo­s y en la torpeza de los liberales en repetirlos. Recordemos la efectivida­d del “castrochav­ismo”, “la ideología de género” o “la paz de Santos”. Mientras los uribistas lanzaban términos al aire, sus detractore­s intentaban rebatirlos en esos mismos términos: “No es ideología de género, de lo que se trata es de...”. Y en ese afán explicativ­o cementaban el imaginario.

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