Neocomunismo
LA ESTRATEGIA DE COMUNICAción del uribismo en tiempos de campaña no es para nadie un secreto. Meses antes de las elecciones empieza la cruzada del miedo que pone a la izquierda como el enemigo último. Con las Farc ganó Uribe dos veces y Santos una, con Petro ganó Duque. Pero, como el proceso de paz sigue y la competencia del centro le quitó fuerza a Petro, se hizo necesario fortalecer al temible antagonista. Y así, con la astucia que lo caracteriza, Álvaro Uribe reconstruyó a su adversario con un nuevo y atractivo concepto: el neocomunismo.
El término “neocomunismo” tiene varios elementos comunicativos que lo hacen simplemente brillante. Primero, se enmarca en un contexto de pandemia global, en donde las variantes de males tienen eco diario en los medios. Estamos expuestos cada cierto tiempo a una nueva variante del coronavirus: la nueva delta, la nueva ómicron, la nueva mu, que era la nuestra y muchos ni se enteraron. En su intervención, Uribe presentó el neocomunismo como una variante nueva de la temible y sigilosa amenaza comunista que nos acecha sin respiro. En otras palabras, introdujo el término dentro de un contexto de lenguaje cargado de asociaciones negativas, incluso mortales, y a las cuales se les hace propaganda diaria y gratis.
Segundo, cuando usó el término neocomunismo, Uribe lo acompañó de superlativos. Su declaración incluyó afirmaciones como: Petro es “el líder más inteligente” que producirá “el peor comunismo de toda la región”. Añadió, además, que “el maestro no fue Chávez, fue Petro”. Petro, nos sugiere Uribe, es en realidad una variante “madre” del virus. Es el virus que está en la raíz, una raíz en superlativo. Y aunque los superlativos son generalmente falaces, calan muy bien en audiencias acostumbradas a evaluar en extremos. Estamos en el país en el que demasiado no significa exceso, donde todos son doctores o donde cualquiera es “el más”: el más bacán, el más berraco o simplemente “la más”.
Por último, el “neocomunismo” del “más inteligente” se enmarca en la retórica del miedo. El uso del miedo atrae a líderes políticos y propagandistas por la reacción que produce en las audiencias. El miedo nos hace sufrir por algo grave y malo que está a punto de ocurrir, pero que no ha ocurrido. La espera hace que la fijación y la paranoia aumenten la dimensión y el tamaño de la amenaza. Los males, dicen por ahí, son a veces más grandes de lejos que de cerca. De ahí las estampidas, las acumulaciones de papel higiénico y, por qué no, votar para salvarnos la vida.
¿Qué hacer entonces con el neocomunismo? En su libro No pienses en un elefante, George Lakoff habla de la destreza de los conservadores en acuñar términos persuasivos y en la torpeza de los liberales en repetirlos. Recordemos la efectividad del “castrochavismo”, “la ideología de género” o “la paz de Santos”. Mientras los uribistas lanzaban términos al aire, sus detractores intentaban rebatirlos en esos mismos términos: “No es ideología de género, de lo que se trata es de...”. Y en ese afán explicativo cementaban el imaginario.