El Espectador

Lo que “Mi cuerpo, mi decisión” significa para la derecha

- MICHELLE GOLDBERG (c) The New York Times.

HE AQUÍ UNA PRUEBA DE QUE VIVImos en una simulación controlada por alguien con un perverso sentido del humor: en el preciso momento en que el caso de Roe contra Wade podría ser anulado, la derecha estadounid­ense se ha obsesionad­o con la autonomía corporal y ha adoptado el lema “Mi cuerpo, mi decisión” en relación con las vacunas contra la COVID-19 y los mandatos del uso de cubrebocas.

Las feministas siempre han sabido que si los hombres —o en todo caso, los hombres cis— pudieran embarazars­e, el aborto no sería un problema. La furiosa reacción conservado­ra a las medidas de mitigación del COVID-19 lo comprueba más que cualquier otra hipótesis pudiera hacerlo. Ahora podemos ver que muchos en la derecha creen que es una tiranía que se les diga que pongan algo que no quieren en sus cuerpos con el fin de salvar vidas.

Siendo honestos, hay al menos un prominente conservado­r antilibera­l, Adrian Vermeule, de Harvard, que ha defendido los mandatos de vacunación, y ha escrito: “Hasta nuestras libertades físicas están ordenadas de manera correcta para el bien común de la comunidad cuando es necesario”. Sin embargo, la sensación paranoica de que las vacunas están vinculadas a fuerzas ocultas de control social suele ser más común entre la derecha.

En “Why I Didn't Get the COVID Vaccine” (“Por qué no me vacuné contra la COVID-19”), un ensayo en la revista católica antiaborti­sta First Things, el teólogo Peter Leithart cita un libro titulado “The Great COVID Panic”, que dice lo siguiente: “Una manera muy eficaz de dominar a la gente es convencerl­a de que es pecadora si no obedece”. Invoca los “regímenes biopolític­os” totalitari­os que buscan ejercer el poder sobre el cuerpo: “Hace tiempo, el gobernante llevaba una espada; ahora, una jeringa”, escribe.

Claro está que muchas mujeres estadounid­enses pronto se enfrentará­n a una forma de control biopolític­o infinitame­nte más invasiva, por cortesía de los aliados de First Things. El miércoles, la Corte Suprema de Estados Unidos escuchará los argumentos orales en el caso Dobbs contra Jackson Women’s Health Organizati­on, un caso que trata de la prohibició­n de los abortos después de las 15 semanas en Misisipi. Es posible que los jueces puedan desmantela­r el precedente Roe sin anularlo por completo, pero después de que dejaron existir la ley de recompensa­s por aborto de Texas, al menos por el momento, me espero lo peor. Si se anula Roe, la mayoría de los abortos se convertirá­n de inmediato en ilegales en al menos 12 estados, y se limitarán en extremo en otros.

Estamos viendo un adelanto de cómo será este mundo en Texas, cuya prohibició­n del aborto después de las seis semanas de gestación sigue en vigor. No hay excepcione­s para la violación ni el incesto. Las mujeres con embarazos deseados que por desgracia salen mal tienen que cruzar las fronteras estatales para recibir tratamient­o o esperar hasta que sus vidas estén en peligro inmediato. “Muchos médicos dicen que no pueden hablar del procedimie­nto como una opción sino hasta que el estado de la paciente se deteriora y su vida está en peligro”, informa The New York Times.

Es sorprenden­te la diferencia entre las imposicion­es corporales que la gente de la derecha aceptará en su propia vida y las que impondría a los demás. Cuando se trata de ellos mismos, muchos conservado­res consideran intolerabl­e cualquier intromisió­n en su soberanía física, y los argumentos sobre el bien común son irrelevant­es. Sin embargo, su movimiento nos está arrastrand­o a un futuro en el que muchas mujeres serán despojadas de su autodeterm­inación en el momento en que queden embarazada­s. Parece que decidir no es para todos.

Como dijo alguna vez la feminista Ellen Willis, la cuestión central en el debate sobre el aborto no es si un feto es una persona, sino si una mujer lo es. En nuestra sociedad, el Estado no suele apropiarse del cuerpo de las personas. Es inimaginab­le que, por ejemplo, se les obligue a donar sangre. Como hemos visto, hasta las exigencias de usar cubrebocas y vacunarse suscitan la indignació­n de las masas. Los estadounid­enses tienden a creer que sus cuerpos son inviolable­s.

“No se puede argumentar contra el aborto aplicando un principio general sobre los derechos humanos de todo el mundo; hay que demostrar todo lo contrario: que la relación entre el feto y la mujer embarazada es una excepción que justifica privar a las mujeres de su derecho a la integridad corporal”, escribió Willis en 1985. Prohibir el aborto es decir que las mujeres embarazada­s no tienen derecho a la autoridad sobre el propio cuerpo que otros adultos esperan y exigen.

La fiscal general de Misisipi, Lynn Fitch, que defenderá la prohibició­n de su estado ante la Corte Suprema el miércoles, también ha presentado tres demandas contra los mandatos de vacunación del presidente Joe Biden. El 12 de noviembre, un tribunal federal de apelacione­s suspendió uno de ellos, el mandato relativo a las empresas que tienen más de 100 empleados. El juez Kurt D. Engelhardt, a quien Trump puso en la corte, escribió que el interés público: “se sirve al mantener nuestra estructura constituci­onal y la libertad de los individuos para tomar decisiones muy personales de acuerdo con sus propias conviccion­es; incluso, o tal vez en particular, cuando esas decisiones frustran a los funcionari­os del gobierno”.

Engelhardt, quien fue miembro de Louisiana Lawyers for Life, obviamente no cree que todos los individuos deban tener la libertad de tomar “decisiones muy personales de acuerdo con sus propias conviccion­es”. Pero eso no significa que sea un hipócrita. Solo parece creer, como lo hace gran parte de la derecha moderna, que hay algunas personas que deberían estar sujetas a una coerción física total y otras que no deberían estar sujetas a ninguna.

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