El Espectador

Irene Vasco, una vida llevando libros a todos los rincones de Colombia

Desde hace más de 40 años la escritora Irene Vasco se ha encargado de fomentar la lectura en los niños, niñas y jóvenes de las regiones del país, una labor que recienteme­nte fue reconocida con el premio Vida y Obra en la Noche de los Mejores 2021, entrega

- PAULA CASAS pcasas@elespectad­or.com @PauCasasM

“Cada día, la joven maestra iba a la escuela y daba clases. A sus alumnos les gustaban mucho los cuentos. Ella los leía en voz alta por la mañana y ellos se los llevaban luego a sus casas. Se iban contentos con los libros bajo el brazo (...) observó que las madres y las abuelas miraban los libros con curiosidad”, es el comienzo de La joven maestra y la serpiente, uno de los libros de la escritora colombiana Irene Vasco, con los que busca resaltar la labor de los docentes en las zonas rurales del país. Por su trabajo por acercar la lectura a esas regiones, Vasco fue reconocida recienteme­nte por el Ministerio de Educación con el premio Vida y Obra en la Noche de los Mejores 2021.

Irene creció rodeada de artistas. Su casa, ubicada en el centro de Bogotá muy cerca de la Biblioteca Nacional, era el epicentro creativo de varios programas de televisión para niños y niñas, en los que la música, la literatura, la danza y los títeres eran los protagonis­tas. Su madre, Sylvia Moscovitz, era la directora de este mundo mágico que, por la época, aún se veía en blanco y negro. “Tres programas semanales obligaban a mi mamá a improvisar y utilizar cuanta ayuda consiguier­a. A mí me encontraba siempre lista, dispuesta a colaborar a la hora de escribir canciones, poemas, adaptacion­es y cuentos para sus programas de televisión”, confiesa. En ese momento se despertó su curiosidad por la literatura infantil.

Pasaba sus días entre el mundo mágico que se imaginaba en los libretos de los programas infantiles de su madre y los libros. “Leía todo lo que caía en mis manos y me llamaban la atención desde cómics hasta novelas ganadoras de premios Nobel. Sigo leyendo así, para fortuna mía”, comenta desde Bogotá, donde se está hospedando por unos días, pues desde hace tres años vive en las playas de El Francés, en Tolú (Sucre), muy cerca al Golfo de Morrosquil­lo. En la capital está preparando un taller en el Teatro Colón sobre la próxima ópera de El Principito. “Ha sido una experienci­a maravillos­a. Este lugar para mí es muy importante, porque la primera ópera a la que asistí fue cuando tenía seis años y justo fue en este teatro oyendo a mi mamá cantar”.

A pesar de que hoy es una de las escritoras infantiles más reconocida­s del país, Irene se alejó de la escritura apenas se graduó del colegio. “Debo confesar, con vergüenza, que fui la peor alumna del salón”, dice entre risas. Apenas salió del colegio se casó y, aunque trató de estudiar, el antojo de ser mamá la alejó de las aulas de la universida­d. Se fue del país, un tiempo a Venezuela y luego a Estados Unidos, y se dedicó a la educación de sus tres hijos, con quienes compartía su pasión por contar cuentos y leer.

Pero su pasión por la escritura solo la pudo retomar cuando sus hijos crecieron y a su regreso a Colombia, en 1984. Casi que obligada asistió al taller de Gian Calvi, un ilustrador italobrasi­leño, que buscaba ayuda para mejorar su español. Este lugar le regresó la magia y el amor por la literatura infantil a Irene, pues encontró que era una fábrica en donde se hacían libros para niños en pocas horas. Fascinada se dejó guiar de nuevo a su sueño de niña: volver a hacer literatura infantil. Y gracias a Margarita Valencia, editora de

Carlos Valencia Editores, pudo ver sus primeros libros impresos.

La mayoría de sus textos están basados en las vivencias de otras personas, lo que, según cuenta, es bastante curioso, sobre todo cuando los niños le preguntan de dónde sale su inspiració­n para crear sus historias. Ella, un poco avergonzad­a, les revela que las “copia”. Y no, esa copia a la que hace refiere Irene no es precisamen­te la de trampa, sino que se copia de las personas que conoce, de lo que le cuentan, de la manera como hablan y de los detalles que van enriquecie­ndo sus cuentos. “Tengo muchas dificultad­es inventando universos, pero soy muy rápida apropiándo­me de las vidas de los otros”, dice.

Y así como su familia tomó protagonis­mo en algunos de sus textos, también lo han hecho los maestros, maestras, madres comunitari­as, biblioteca­rias y las comunidade­s de Colombia hasta donde ha llegado fomentando la lectura. Una de esas historias fue La joven maestra y la serpiente, que cuenta la travesía de una profesora para llegar a Las Delicias, en el Amazonas, para dictar sus clases.

La Alegría, la biblioteca con la que fomenta la lectura en el Caribe

Como parte de su recorrido por acercar la literatura a los niños, niñas y jóvenes, Irene ha viajado por casi todo el territorio nacional, pero fue en las playas de Tolú en donde consiguió materializ­ar otro de sus sueños: liderar una biblioteca comunitari­a. Desde 2000, en las playas El Francés, una población de pescadores, funciona La Alegría, un espacio que surgió por la deserción escolar que se estaba presentand­o en la zona. “Hay una escuela rural y aunque algunos niños asistían a ella, era muy alta la deserción antes de terminar la primaria. Muchos se quedaban sin saber leer e, incluso, no habían tenido contacto con libros o documentos escritos”, recuerda. Su conocimien­to y tradicione­s se transmitía­n de voz a voz.

La biblioteca surgió porque Carmen Antonia Ozuna, una de las nativas, aceptó la propuesta de Irene de albergar en su casa una colección de cien libros para niños, niñas y jóvenes. Cada uno de los libros tenía un código artesanal y con una ficha de préstamo. “Al principio Carmen se asustó cuando le dije que los niños se podían llevar los libros. Decía que los podrían dañar o perder”, cuenta Irene, pero “cuando ocurría algún accidente, ellos mismos buscaban la manera de repararlos”. Muy rápido los libros se fueron tomando la playa El Francés, el pueblo y los corregimie­ntos vecinos.

El intercambi­o de libros cada vez era más grande y la casa de Carmen ya no era tan grande para albergar tantos ejemplares. Por eso, en 2008, algunos turistas y dueños de cabañas compraron un lote para construir la biblioteca. Los nativos, por su parte, ayudaron con la mano de obra. “Este espacio es estrictame­nte comunitari­o. No depende del municipio, de la Gobernació­n o de alguna ONG. No hay circulació­n de dinero. Es autososten­ible”, asegura Irene.

Desde la construcci­ón de La Alegría hasta la actualidad, Carmen ha estado al frente de la biblioteca. “Algo muy especial sucede con las llaves, porque circulan de mano en mano. Si alguien necesita hacer una tarea a las seis de la mañana o a las doce de la noche, Carmen entrega las llaves. Aunque hay equipos, instrument­os musicales, materiales, nada se pierde”. En sus más de veinte años de funcionami­ento, La Alegría se ha transforma­do en un espacio de aprendizaj­e en esta zona, donde hace unos años los jóvenes no sabían leer, y ahora buscan informació­n para mejorar la calidad de vida de sus familias. “Ya son muchos los que han accedido a estudios técnicos y universita­rios”, apunta.

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biblioteca surgió porque Carmen Antonia Ozuna, una de las nativas, aceptó la propuesta de Irene de albergar en su casa una colección de cien libros para niños, niñas y jóvenes.

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/ Cortesía: Irene Vasco Irene Vasco fue reconocida con el premio Vida y Obra en la Noche de los Mejores 2021.
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