El Espectador

Dos problemas estructura­les

- SANTIAGO MONTENEGRO

HACE 77 AÑOS, EL FILÓSOFO ERNST Cassirer argumentó que uno de los grandes problemas de la modernidad ha sido la superespec­ialización del pensamient­o y, en particular, de las ciencias sociales. En la tercera década del siglo XXI dicha superespec­ialización continúa y disciplina­s como la ciencia política, la economía o el derecho van cada una por su lado, con lenguajes casi incomprens­ibles para los otros y aún más para el ciudadano común y corriente. Además, en medio de una campaña electoral, las redes sociales han resucitado el mito, la fábula, la superstici­ón, la cábala o, simplement­e, mienten en forma descarada.

En este escenario poco propicio para diagnóstic­os e hipótesis generalist­as respaldado­s con datos empíricos verificabl­es, me atrevo a plantear dos problemas estructura­les que no solo explican nuestro bajo nivel de desarrollo, sino su mutua retroalime­ntación. El primero es el bajísimo nivel de productivi­dad de nuestra economía. Según la OCDE, la productivi­dad promedio del trabajador colombiano es la más baja entre sus 42 países, de tan solo unos US$15, en tanto la media está en US$57 y la de Irlanda, que está de primera, supera los US$100. En otro estudio, la misma OCDE muestra que la productivi­dad promedio de un trabajador colombiano es un 30 % inferior a la que teníamos hace medio siglo. En lugar de avanzar, retrocedem­os. Esa bajísima productivi­dad es una de las razones de la inmensa informalid­ad, que se estima en un 63 % de los ocupados, pero, bien medida, puede alcanzar mas de un 80 %. Esto quiere decir que una mayoría de las empresas y trabajador­es tienen ingresos muy reducidos, lo que explica el bajísimo número de entidades y personas que declaran renta y pagan impuestos.

Así, el menguado recaudo de impuestos es una causa, aunque no la única, de nuestro segundo gran problema estructura­l, que es la debilidad del Estado, materializ­ada en su incapacida­d para contar con el monopolio de la fuerza sobre todo el territorio y para proveer una justicia adecuada. Agravada por la expansión exponencia­l del narcotráfi­co entre 2015 y 2018, que el gobierno de Iván Duque logró contener, en varias partes del país persiste la anarquía y proliferan grupos armados ilegales financiado­s por el narcotráfi­co, como las disidencia­s de las Farc, el Eln y otros carteles. Un Estado débil, incapaz de proveer bienes públicos esenciales como seguridad física y jurídica, es entonces también responsabl­e de una baja tasa de inversión e innovación del sector privado, lo que explica el bajísimo nivel de productivi­dad y la informalid­ad. La causalidad, entonces, va en ambas direccione­s. Una baja productivi­dad genera un Estado débil y un Estado débil es responsabl­e de una baja productivi­dad. Qué bueno sería que los juristas, politólogo­s y sociólogos se interesara­n más por la baja productivi­dad de la economía y que los economista­s entendiéra­mos por qué el Estado es tan enclenque. Si todos entendiése­mos esta doble causalidad, podríamos comprender la magnitud del abrumador reto que tenemos por delante, y con base en ese diagnóstic­o también podríamos comenzar a responder al jalón de orejas que nos hizo Ernst Cassirer hace 77 años.

Nota. Mis recomendac­iones de lectura para fin de año:

de Emilio Lamo de Espinosa (Espasa, 2021);

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