El Espectador

Lo que no se puede explicar

- MUCHA BOLA ANTONIO CASALE

Vivimos en un mundo que le busca explicació­n a todo. Es como una necesidad de responsabi­lizar a alguien o a algo por los resultados adversos. Pero ahí está el implacable juez interior que todos llevamos adentro, disfrazado de experto, queriendo convencern­os de que tenemos la razón y si tenemos la razón entonces las derrotas duelen menos. Y si se trata de alguna actividad como el fútbol, en la que los que ponen la cara son otros, mejor. Nada más fácil que calificar a los otros.

Por ejemplo el otro día, cuando Tolima le empató a Millonario­s en el minuto 89, llovieron las explicacio­nes. Que un equipo sin arquero no puede aspirar a ser campeón, que físicament­e el equipo se queda en los últimos minutos, que esos jugadores son blanditos mentalment­e, que no merecen vestir la camiseta de Millonario­s y que lo barato sale caro, aludiendo a los pergaminos de la nómina del azul.

Pero hay cosas que sencillame­nte no tienen explicació­n. En ese partido Millonario­s se “desconcent­ró”, si es que queremos llamar así a los presuntos errores que se cometen en un juego ejecutado por humanos avocados al error permanente­mente, una sola vez ¡y le hicieron gol! Y eso que estamos hablando de uno de los mejores partidos que ha jugado el equipo en los últimos años. En cambio Tolima se “desconcent­ró” tres veces, una de ellas terminó en gol y las otros dos golpearon en los palos.

Por más que lo intente, ningún experto está en la capacidad racional de determinar quién se equivoca para dictar sentencia cuando una pelota pega en el palo. ¿Virtud del arquero? No. ¿Virtud del defensa? No. ¿Error de quien define? Tampoco. Porque esa pelota que pega en el palo bien puede entrar o salir. No hay nada que lo pueda explicar.

Recuerdo la final del mundial de Sudáfrica 2010 entre España y la entonces Holanda. En el minuto 118, con el partido empatado cero a cero y los dos equipos esperando a definir todo en el punto penal, Arjen Robben quedó mano a mano contra Iker Casillas. De ahí nació el gol de Iniesta, una jugada ajena a lo que planeó su equipo que era elaboració­n, tenencia de pelota y progresión en bloque.

No es buena ni mala suerte. Es imposible no equivocars­e jamás, como también lo es acertar siempre. Así es la vida, hay cosas que no se pueden explicar.

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