El Espectador

Recobrar la confianza comienza por reconocer

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LOS INFORMES RECIENTES SOBRE los abusos de la Fuerza Pública, uno en Bogotá en 2020 y otro sobre el paro nacional de 2021, comprueban lo que ya sabíamos. Cada uno de ellos, construido­s de manera rigurosa y presentado­s como aportes a la construcci­ón de verdad y justicia, recopilan relatos de policías extralimit­ando sus funciones, violando derechos fundamenta­les e incluso cometiendo atrocidade­s como asesinatos y violencia sexual. Que el Gobierno Nacional reciba estas revisiones independie­ntes lanzando pullas, estigmatiz­ando a las voces críticas e invocando un falso patriotism­o es equivocado. El Ejecutivo debería entender que exigir el cumplimien­to de los derechos humanos es aportarle a la legitimida­d de las autoridade­s.

Cuando policías torturaron y asesinaron a Javier Ordóñez, y además le mintieron al país, estaban abusando de un sistema que le otorga gran poder a la Fuerza Pública. Es un caso análogo al ocurrido hace una década con el grafitero Diego Felipe Becerra. Leer esa situación como un simple problema de “manzanas podridas” es no ver que, en efecto, la Policía a menudo responde mal a las críticas, no actúa con transparen­cia y pierde los estribos en momentos de caos. Eso es precisamen­te lo que muestra el informe del 9S, solicitado por la Alcaldía de Bogotá a un grupo de expertos liderados por Carlos Alfonso Negret, exdefensor del Pueblo.

En el relato del informe hay terror. Por lo menos 11 civiles fueron asesinados por policías en hechos que invitan a pensar que hubo abuso de autoridad. La misma alcaldesa de Bogotá, Claudia López, relata cómo perdió el control de la Policía, que actuó de manera autónoma, desordenad­a y en ocasiones saboteando su propia autoridad. Insistir en que todo se trató de malas interpreta­ciones es ofender la memoria de las víctimas y seguir sembrando desconfian­za en la ciudadanía frente a la Fuerza Pública.

A pesar de lo contundent­e del informe, el Gobierno y la Policía se atrinchera­ron en su incapacida­d para abrir la puerta a las reflexione­s. El presidente Iván Duque dijo que “construir aspiracion­es políticas de cuenta de lacerar las institucio­nes es un acto de vileza”, desacredit­ando el informe solo porque Negret ahora aspira al Senado. “Nuestra Policía ha sido heroica”, insistió el mandatario, como si alguien estuviese dudando de esa realidad. Apelar al patriotism­o y a las supuestas malas intencione­s de los investigad­ores no hace que desaparezc­an los hechos atroces ni desautoriz­a un reporte construido a partir de 450 fuentes de informació­n y 91 entrevista­s a testigos.

Esa práctica de negarlo todo es común. Ya pasó cuando la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos le presentó sus hallazgos al país junto con recomendac­iones que fueron vilipendia­das. Ahora, la oficina de la Alta Comisionad­a para los Derechos Humanos de la ONU hizo lo propio sobre el paro nacional y desde el Gobierno ya empezaron los desacuerdo­s y los rechazos. Esto a pesar de que en el informe se acreditaro­n 63 muertos desde el 28 de abril hasta el 31 de julio, 60 casos de violencia sexual y 27 personas que permanecen desapareci­das.

Sobre la mesa están las pruebas, las denuncias y una exigencia clara: que todo no caiga en la impunidad. Si el Estado sigue atrincherá­ndose en negarlo todo con terquedad, lo único que logrará es bloquear el acceso a la justicia de las víctimas. Para sanar los lazos de confianza, Colombia necesita entender qué ocurrió y por qué se permitió que pasara.

‘‘El Ejecutivo debería entender que exigir el cumplimien­to de los derechos humanos es aportarle a la legitimida­d de las autoridade­s”.

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