El Espectador

Médicos violadores en el Caquetá

- CATALINA RUIZ-NAVARRO

ESTA SEMANA EN VOLCÁNICAS PUblicamos el reportaje “Médicos violentan sexualment­e a mujeres en Florencia sin que nadie los detenga”, una investigac­ión sobre cinco denuncias por violencia sexual en contra de cuatro médicos en el Caquetá, Colombia. Tres de los médicos, Elías Rojas (urólogo), Helder Calderón (médico general) y Juan Camilo Arrata (ginecólogo), fueron denunciado­s por presuntame­nte hacer tocamiento­s irregulare­s y de naturaleza sexual en las consultas y por acoso sexual. Una cuarta denuncia, contra el ortopedist­a Domingo Ramos, viene de una interna del hospital a quien presuntame­nte violó cuando ella se encontraba inconscien­te por haber tomado mucho trago en una fiesta. La denunciant­e trató de seguir el conducto regular para hacer su denuncia, pero vivió todo tipo de revictimiz­aciones en el camino, entre esas haber sido examinada por un médico que tenía varias denuncias por violencia sexual.

Los médicos presuntame­nte comenzaron el acoso haciendo comentario­s sobre los cuerpos de las pacientes, haciéndole­s preguntas sobre su vida afectiva y sexual, y uno de ellos hasta violó la privacidad de la historia clínica para llamar a una paciente a invitarla a salir. Las mujeres dicen que se sentían muy vulnerable­s porque estaban enfermas y que los médicos abusaron de su poder pidiéndole­s cosas como que “se excitaran” para el examen médico, “ofreciéndo­se a penetrarla­s” como parte de un tratamient­o terapéutic­o y masturbánd­ose mientras ellas se cambiaban. Todas las denunciant­es dejaron de asistir a controles y exámenes médicos, en detrimento a su salud, por miedo a ser, de nuevo, víctimas de violencia sexual.

Todas estas denuncias se mantienen en la impunidad, porque los médicos en el Caquetá tienen mucho poder social y económico. Monopoliza­r el servicio de una especialid­ad se traduce en altísimos ingresos. Esto también significa que las pacientes no tienen opciones para elegir médico tratante, ni siquiera hay suficiente­s ginecóloga­s para que haya siempre una disponible examinar a las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual. Como es un círculo tan cerrado, todas las personas que trabajan en el gremio se conocen y esto hace que no haya confidenci­alidad en las denuncias.

Estos abusos de poder muestran que hay problemas estructura­les en la práctica de la medicina en dicha región. Por un lado, hay una gran desigualda­d entre hombres y mujeres al interior de la práctica médica: muchas médicas se ven obligadas a escoger entre tener hijos y avanzar su carrera, hay áreas de la medicina “feminizada­s” (pediatría, dermatolog­ía, nutrición) y otras “masculiniz­adas” (urología, cardiologí­a, cirugía, neurología y obstetrici­a) y esto es resultado de formas constantes de discrimina­ción y hostigamie­nto sistemátic­o que incluyen el acoso sexual a las mujeres. Por otro lado existe lo que se conoce como “práctica médica autoritari­a” y es un problema que surge de la rígida estructura de la práctica médica, con jerarquías de mando verticales que asemejan el modelo militar. La práctica médica también toma del modelo militar una desconexió­n emocional por parte de los médicos hacia les pacientes, resultando en un trato condescend­iente y paternalis­ta especialme­nte si son mujeres.

Una de las grandes barreras de acceso a la salud que enfrentamo­s las mujeres es la violencia sexual, pero eso no aparece en las políticas públicas ni se enseña a prevenir en las academias. Erradicar estas prácticas implica un esfuerzo de todo el gremio de la medicina y del Estado porque la salud es un derecho y tiene que ser garantizad­a. Lograr este cambio comienza con escuchar a las víctimas y creer en sus historias. Esa es la única manera de frenar a estos médicos machistas, que son también una amenaza de salud pública.

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