El Espectador

No es la economía, es la política

- JAIME TENJO G.

EL RESULTADO DE LAS DISCUSIONE­S sobre el salario mínimo de 2021 indica que, más que una negociació­n técnica-económica, fue una negociació­n política.

Las condicione­s en las que se llevó a cabo la negociació­n son muy particular­es. Primero, estamos en medio de un proceso de recuperaci­ón económica después de la peor recesión de nuestra historia, generada por la pandemia. Segundo, desde abril hemos tenido las protestas sociales más grandes en muchos años. Tercero, estamos iniciando un proceso electoral en el que la estructura tradiciona­l de poder está en peligro de ser derrotada.

En condicione­s como estas, los elementos políticos fueron especialme­nte relevantes. Esto era claro para el Gobierno y los empresario­s más grandes del país. Por eso, los argumentos económicos tuvieron una importanci­a secundaria.

El resultado fue un incremento salarial del 10,07 %, el más alto en términos reales en muchos años. Desde el punto de vista político, este resultado es consistent­e con las condicione­s sociales predominan­tes y habrá que ver si produce los resultados políticos que espera el Gobierno. Los trabajador­es consideran esto como un triunfo importante que corona las jornadas de protestas.

Los posibles efectos económicos han sido objeto de discusión entre los economista­s. Aquellos de tinte neoclásico ven este aumento con preocupaci­ón, argumentan­do que puede tener efectos sobre el empleo y acelerar la inflación. Ellos hacen mucho énfasis en los aumentos de costos laborales. Fedesarrol­lo, claramente, indicó que este aumento salarial “pone en peligro la recuperaci­ón del empleo”.

Los economista­s de otras orientacio­nes enfatizan el efecto que dicho aumento tendrá en términos de poder de compra de la población. Para ellos, el aumento es necesario para disminuir las altas cifras de pobreza que generó la pandemia y posiblemen­te acelerará la recuperaci­ón.

Muy posiblemen­te ambos tienen parte de razón. Los incremento­s salariales representa­n mayores costos para los empleadore­s. Una buena parte de estos mayores costos se trasladará­n a los precios. Un caso muy difícil es el del empleo que genera actividade­s diferentes a las productiva­s, como el empleo doméstico, cuyo mayor costo no se puede llevar a ningún precio.

Para limitar el efecto inflaciona­rio, el Gobierno se ha comprometi­do “desindexar” muchos precios administra­dos, como los de servicios públicos, las multas, etc., que se basaban en el valor del salario mínimo. Esto es bueno y se ha debido hacer hace años.

Muy posiblemen­te los efectos económicos del incremento salarial de este año van a ser los mencionado­s por los economista­s de ambos bandos: segurament­e habrá algún efecto negativo sobre la generación de empleo y la inflación, pero también mejorará el poder de compra de muchos trabajador­es. El resultado neto no es claro.

Sin embargo, no hay que olvidar que lo importante de esta negociació­n es el efecto político de corto plazo. Los sindicados se sienten triunfador­es y los grandes empresario­s y el Gobierno esperan que hayan podido evitar una posible agravación de los conflictos y mejorar las probabilid­ades de resultados favorables en las próximas elecciones.

El nuevo gobierno tendrá que afrontar los problemas económicos, no solo los asociados con esta negociació­n sino muchos otros, como el endeudamie­nto, el déficit fiscal, la reforma tributaria integral, las reformas institucio­nales requeridas, etc.

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